viernes, 9 de septiembre de 2011

NUNCA DIJE QUE FUERA UN CABALLERO...

Y te alejas, silenciosa, arrastrando seductora tu pequeño y estampado vestido, que repta, obediente, al lado de tu sombra fiel... Esta ha sido la tercera sorpresa que me das, en esta calurosa tarde de sábado...
La primera fue el hecho de recibirme, mientras estabas sola en casa, con ese pequeño vestido que de sobra sabes que tanto me gusta, sobre todo por cómo se ajusta a las curvas de tu cuerpo... Un par de gotas de agua se deslizan desde la comisura de tus labios hacia tu cuello de garza...
La segunda sorpresa ha sido cuando, en mitad de una conversación aparentemente intrascendente sobre los amigos de verdad y los de mentira, me has besado en los labios (te ha sido fácil, porque estábamos sentados los dos en el sofá), y has permitido que tu pícara lengua se introdujera suavemente en mi boca, acariciando el filo de mis dientes...
La tercera, de mayor calibre, hace menos de dos minutos, cuando te has quitado el vestido por encima de la cabeza, desvelando densas extensiones de piel morena (¡Pero qué hermosa estás, cuando el sol ha dorado tu cuerpo!)... y compruebo que, tal y como intuí con el primer abrazo de la tarde, no llevas sujetador... Solamente una culote diminuta, que sin duda alguna contribuye a realzar tus increíbles curvas...
La cuarta, por supuesto, cuando has comenzado a caminar, dejándome a mi sentado en el sillón, amparada solamente por tu espléndida semi-desnudez, y me has hecho ese pequeño gesto con el dedo, como diciéndome "Ven si te atreves..." Mientras seguías tu rumbo hacia la doble puerta de madera, tras la cual se encuentra tu dormitorio... Y tu gran cama...
Y la quinta sorpresa, tal vez te la daré yo... ¿Hace cuánto tiempo que somos amigos, Sonia? ¿Cuántas veces hemos estado a solas en tu casa, o en la mía, dentro de aquél silencio cómodo y cobarde, de las cosas que llevan mucho tiempo dichas? ¿Cuántas veces me has dejado claro que yo soy tu mejor amigo, pero nada más, porque nunca has sentido algo parecido por mi? Y tiene que ser ahora, precisamente cuando mi vida se estaba enfocando... Cuando ha surgido, de la nada de mi miseria sentimental, una persona que realmente está dispuesta a ser mi alfa y mi omega... En el momento preciso en que acudo a ti, como amiga, para que me orientes... Justo en ese preciso momento, Sonia, en el que parece haber alguien importante en mi vida... ¿De repente me descubres como hombre, como entidad dotada de voluntad, con necesidad de amar y ser amado?
Y con tal de no compartirme, de permitir que me vaya con otra mujer que realmente te haga sombra, después de haber estado conmigo durante tantos años, dentro de la categoría de "amigos sin derecho a roce", por supuesto... Solo por salirte con la tuya, estás dispuesta, en esta calurosa tarde de sábado, a darme lo que mi cuerpo (unas partes más que otras, por supuesto) y mi alma llevaban tanto tiempo reclamándote... Pues me ofreces todo tu cuerpo, sobre sábanas de lino... Y me esperas, completamente desnuda (en algún momento te has quitado la culote), al pie de tu gran cama de matrimonio, en tu dormitorio fresco y perfumado por una varita de incienso... Jamás te he visto más hermosa, Sonia... Ni más ardientemente vulnerable...
Ante mí, como siempre, se abren dos caminos... El primero, compartir lecho, sudor y sueños contigo... Recorrer todas y cada una de tus curvas con los ojos, las manos y la lengua... Y otorgarte lo que, en el fondo, hace tantos años que realmente es tuyo: mi alma, en una suprema comunión que llevo millares de días y noches anhelando... Por supuesto, tendría que renunciar a la otra mujer, pues ella lo notaría... Mas supongo que se trata de un sacrificio aceptable, a cambio de conseguirte... La opción B sería renunciar a ti como mujer, levantarme del sofá como si nada hubiese pasado, y dejarte ahí, de pié, gloriosa en tu menuda desnudez, y llamarte dentro de un par de dias, haciendo como si nada hubiese pasado...
Posiblemente, un caballero escogería el segundo camino: mantener aquella amistad tan especial, sin dejar que se enturbie por el amor, el deseo o el sexo... Preservar aquella inmaculada imagen de mujer perfecta pero lejana...
De todas formas, nunca te dije que yo fuera un caballero... Por eso, te sigo silenciosamente a la habitación... Y desde atrás, enlazo tu cintura... Y te hago dar suavemente la vuelta... Para hundirme después profundamente en tus increíbles ojos negros... Y ser yo, esta vez, quien te robe un beso...

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