lunes, 18 de junio de 2012

EN MEDIO DE UN "TE QUIERO"...

La lluvia cae lentamente sobre mí, tan fría, enjuagando las postreras lágrimas, amargas, de mi soledad, a la vez muda y sonora... No sé cuanto tiempo llevo paseando, triste, por las calles de Madrid, en una tarde, gris, de agonizante otoño, y los árboles, desnudos, muestran a la muerte sus mejores galas... con algunas hojas, rojas, en la punta de las ramas...


El Retiro es el escenario de mis soledades, de mis paseos por senderos olvidados, de fugaces encuentros con las últimas ardillas, y con los córvidos, y las palomas, y gorriones... Con tanto tiempo haciéndonos compañía, tantos meses de repetir el mismo itinerario que hice contigo, ya me conocen, aceptando mi presencia en el bosque secreto, y amante...


¿Cuántas veces repetiré el mismo trayecto, en el mismo autobús apestoso y atestado, para comulgar con aquella masa de gente, que sube en mi parada a las tres y cuarto? De tantas veces, el mismo conductor, tan serio con los demás, me saluda amablemente con la cabeza, y me sigue con la mirada, y no arranca hasta que no me he sentado...


Y me bajo a la misma hora, en el mismo sitio, en la Plaza de la Independencia, y noto que él, tan callado, me sigue con la mirada hasta que, bordeando un breve trecho la verja, encuentro,como siempre, el acceso... Y entonces, me vuelvo, le sonrío, y él arranca el autobús, cuyo motor parece gemir un "hasta mañana"... y se va, repartiendo humanos, por toda la ciudad...

Es un paseo melancólico, preñado de recuerdos, tristeza y soledad, el que emprendo cada tarde, vestida con ropa sobria, pues gris negro y blanco se han convertido en mis únicos compañeros, y no quiero saber ya nada de rosas, fucsias, rojos, verdes, azules... ni de cualquier otro tono que me pueda recordar la vida que me fue arrebatada, y por la que jamás obtendré venganza... Nunca...

Pues de nada me sirve compartir el dolor, la ira, el odio, la tristeza y la rabia con las otras personas que al principio, sí venían a este extraño lugar, el Bosque de los Ausentes, y que en verdad parece un cementerio, en contraste con la Rosaleda... Y aunque todos llorábamos, el dolor no es una cosa que se reparta o exprese por igual... Y de todas formas, todos íbamos, todos seguíamos viajando en ese tren...

Tú ni siquiera tenías que haber cogido el cercanías, aquella mañana del once de marzo, jueves de sangre, te quedaste a jugar con la play en casa de tu hermano, y cogiste aquél tren para ir a trabajar, y me llamaste, entrando casi en la Estación de Atocha... a salvo...

Y tu voz se quebró en medio de un "te quiero"... 

Y no me hizo falta saber nada más, pues lo sentí, aquél helor esparciéndose desde mi corazón...

Como tantas otras personas, una voz amable
me dijo por teléfono lo que le había pasado a mi marido... y del resto, no me acuerdo, tantas personas dándose el pésame, llorando, tanto dolor acumulado bajo las carpas, en las gradas, tantos voluntarios con buenas intenciones, tantos políticos pululando en medio de sus escoltas,
tantas lágrimas, a la vez reprimidas y empujadas...

Y llegó y pasó la gran manifestación del día doce, 
a la que asistimos muchos familiares, amigos, conocidos, compañeros de trabajo, de gimnasio... Y entre tanta gente, de esos millones de vivos, también caminaron ciento noventa y dos muertos... Lo sé porque te sentí a mi lado, amor mío, tu beso... Y hoy, como cada tarde, deposito una rosa roja, al pié de tu ciprés... en el Bosque de los Ausentes...


LA CANCIÓN DE LA LLUVIA...

Cada vez que piensas en mí... lo siento... Aquella vieja energía que recorre mi cuerpo... Los viejos y locos sueños de la infancia... Cuando todo era mucho más sencillo...

Tantas mañanas ansiando la lluvia, para sentir su frescor en el cuerpo, que pegase mi camisa blanca de uniforme, y formase una segunda piel mojada... Solo para sentirme mucho más viva, especial... por nacer desde dentro...

Ahora soy demasiado mayor para esas cosas, lo hice un par de veces... y me miraron mal... con mi larga melena negra, y la blusa blanca, y aquél sujetador negro que tanto te gusta... trasparentándose bajo la tormenta... Mientras yo me reía del mundo, de todos los demás peatones que buscaban refugio bajo los porches o en las marquesinas de los autobuses... Hacía mucho tiempo que no me sentía tan insultantemente libre...

Recibir el beso de la lluvia, sus húmedos secretos, es recuperar la inocencia de otros tiempos...
La última vez que nos pilló la tormenta, terminamos empapados, corrimos a tu casa, y bajo la ducha caliente enlazamos los cuerpos, y la cama fue nuestro campo de batalla...

Por eso, ahora, cuando llueve con fuerza , te recuerdo, te añoro, te echo de menos, y siento que tus manos me recorren, desvelando secretos de amantes...

PARÍS, LA CIUDAD DE LOS SUEÑOS...


Sí, es cierto, estoy enamorado del aire, de las luces y sombras de la primavera, de cada fragancia y esencia de aquella ciudad... París... siempre París... por fin París...

Posiblemente por no haber vivido en ella, por no haber sufrido los problemas del tráfico, ni la delincuencia o los problemas reales, es una ciudad que me fascina... No toda ella, por supuesto, no los suburbios, ni las zonas marginales, ni las inseguras, que para eso, ya (sobre)vivo en Madrid, y también en Londres y Roma viví durante varios meses...

Me quedo con el París del Quartier Latin, de las pequeñas plazas que te sorprenden en cualquier lugar, de sus pequeños tenderetes llenos de cuadritos, y de postales, de artistas y de encanto de la bohemia... Prefiero algunas zonas, como Montmartre, la iglesia del Sacré Coeur, espectacular, que aparece como un merengue gigante, coronando un larguísimo tramo de escaleras...

Por su espectacularidad, me encanta pasear, despacito o en barco, por las orillas del Sena, ver todos aquellos edificios señoriales, las rejas, los puentes, y la pequeña Estatua de la Libertad... Pero si hay un lugar mágico, es la zancuda, patilarga, inmensa, rimbombante, grácil, etérea, increíble, espectacular, hermosa, acogedora... TOUR EIFFEL... ¿quién si no?

Siempre que visito la ciudad, le rindo homenaje, a sus pies mi abuelo nos compró una paloma de plástico con un pequeño motor que funcionaba dándole cuerda a un pequeño motor de gomas, y nos enseñó a volarla... Y allí comimos también aquella impresionante crêpe de chocolate, que terminó en buena parte sobre nuestros impermeables mientras nos reíamos felices... También recuerdo la breve escala que hicimos en la Ciudad de la Luz durante el viaje de paso del ecuador mientras mi hermana y yo estudiábamos en la facultad... O la escapada relámpago para ver una exposición sobre Egipto en el Louvre, con la larga noche que pasamos sin poder dormir mi hermana y mi padre, porque teníamos de compañero de viaje en el compartimento a un vecino que roncaba incluso más fuerte que el propio sonido del tren nocturno...
Mas a cada viaje, creo que han sido cuatro, son menos las personas que han vuelto conmigo, y cuando acudamos a la cita con el otoño, y sus galas, solo estaremos ella… y yo...
El París que me gusta, es el de las luces, las etéreas vidrieras de Les Invalides, la Mona Lisa sonriendo en el Louvre, la pétrea seriedad del Arco del Triunfo... Y el dedo acusador del Obelisco, extraño, ajeno a todo, que nos contempla altivo... Y las torres, y el rosetón, y la antigua magia de la catedral de Notre Dame, gran señora... Son demasiadas cosas hermosas por ver: el Museo Quai D´Orsay, l´Orangerie, el Pensador de Rodin, el Centre Pompidou, y muy cerca... Versalles... la luz, los jardines...

París, ciudad de mis sueños, donde viven, entre otros miles, algunos buenos amigos, a los que hecho intensamente de menos, sigue siendo, para mí, la ciudad de los sueños...

QUINCE DÍAS EN MÉJICO... A SU LADO...


Al final del camino, perdida en la memoria, espejismo de un futuro imposible por nacer muerto, recuerdo mezclado de quince mañanas y tardes, tu voz, dulce y suave como la pulpa del melocotón, me llama... me incita... me insufla cantos de sirena... y me lleva a imaginar que no hubo un brusco final para aquel viaje, para aquellos sentimientos...que jamás tuvieron la ocasión de madurar...

No tiene sentido, es cierto, torturarse por aquello, por lo que directamente no fue, ni podía ser, ni fue... Son demasiadas las imágenes que inundan mi ser, al menos esta noche, como para no darles salida, una especie de exorcismo voluntario del olvido... Hace tantos años de aquello, y sin embargo... Sin embargo, he vuelto a mirar las viejas fotos, a viajar mas allá del tiempo hacia los recuerdos...

Gran experto en enamorarme del amor mismo, no pude resistirme a tu melena cobriza, salvaje, a tus profundos ojos negros, ni a los hoyuelos, que decoraban tu sonrisa de niña mala, traviesa, de mujer-niña, o tal vez de niña-mujer, o de diosa... Yo iba a cumplir los dieciocho, y tú, Gacela, no tendrías ni dieciséis, y en aquél viaje a Méjico, estar contigo fue lo más cercano de conocer el cielo...

¡Qué inocente era, y qué imbécil, sigo siendo! Cuando me comentaron que los amigos de mi madre viajarían con sus dos hijas, no presté atención... Pero cuando te vi en el aeropuerto, y nos besamos, en las mejillas es cierto, pero con aquella complicidad de ser los hermanos mayores, pensé que Dios existía, que era muy bueno... por haber puesto en mi camino aquella Diosa... aunque fuera para adorarte desde lejos, en silencio, y atesorar cada momento a tu lado... Fueron quince días juntos, haciendo turismo por Méjico, con nuestras tres familias (también viajaba otro matrimonio, amigo de mis padres), descubriendo lugares extraños y maravillosos... a tu lado...

Para mi, siempre tendrás dieciséis años, Gacela... Siempre llevarás unos pantalones blancos y un polo, blanco con rayas azul clarito, en Chichen Itzá... Y te haré fotos a cada descubrimiento, sin que hubiera quejas por tu parte, porque la cámara estaba enamorada de ti... y yo también... Y vestirás bermudas rojos y polo blanco, Lacoste, subida a las ramas de un árbol seco, marcando sombra... Y deslumbrarás al mundo con tu conjunto blanco, comprado en Cancún, a juego con mi camisa, que todavía conservo, leyenda viva en el ropero...

O cuando saliste de la piscina con el bañador bicolor... marcando todas y cada una de las curvas de tu cuerpo de adolescente... Nunca te he visto más seductora que en aquél instante... O los momentos clandestinos en los que me buscabas después de cenar, para fumar a escondidas conmigo, y me mirabas nerviosa por que pudiesen pillarnos tus padres, compartiendo mi cigarrillo...

No concibo recordar Méjico sin ti... sin el pan, de hogaza, empapado en lima, con mantequilla...
Y las cazuelitas de queso fundido con chorizo picante... O el intento de alisar la camisa con vapor en la ducha, mientras estábamos tumbados, vestidos, en la cama... con nuestras hermanas, y contando chismes... casi inundamos el cuarto de baño, y la camisa, fatal, y tú te reías, y sonreías, chapoteando en el agua... mientras nos olvidábamos un poco de todo...  Y nuestro viaje en el barco, hacia Isla Mujeres, cuando tú estabas tumbada en la cubierta, con tu maravilloso biquini, y yo tenía que escoger entre mirar los colores siempre cambiantes del Caribe o seguir recorriendo las curvas de tu pecho con la mirada... y al final, escogí mirarte a ti...

Veinte años cumplidos... Demasiado tiempo... Después del viaje, nos vimos un par de veces, y jamás te dije nada... Entre otras cosas porque te consideraba inalcanzable, como una diosa... Y porque en el viaje de regreso te enamoraste de un chico que era de una categoría social más acorde con la tuya... Me sentí fatal en ese momento, Gacela, sobre todo porque habíamos pasado quince días juntos, y yo no había conseguido ser nada más que el hijo de los amigos de tus padres, y como mucho un amigo circunstacial.

Ya de regreso en Madrid nos vimos un par de veces, en varias ocasiones fui a buscarte a la puerta del colegio para acompañarte a tu casa, con la excusa de enseñarte las fotos del viaje, o para que me dieras algunas de las cintas con tus canciones favoritas, incluso asistí a uno de los conciertos de piano que diste como espectáculo de fin de curso... Pero siempre te consideré más allá de mi alcance, aquél fue mi mayor error... Y escogí convertirte en una Diosa viva, pero distante... en vez de en una realidad... Más allá de aquél viaje, incluso me parecía dificil mirarte sin recordar cómo te quedaba el bikini, o el bañador, lo que no era demasiado compatible con verte con el uniforme del colegio...

No se puede separar lo que nunca ha estado unido, no vale la pena recorrer otra vez los senderos, imposibles, de la memoria remota... pero lo hago... y me despido de ti por ahora, Gacela, con tu sonrisa en los labios... y el beso que nunca te dí aleteando en el limbo de los recuerdos imposibles...

Y mis momentos más felices de aquél viaje estarán siempre asociados a ti... El paseo en barco...
creo que es la única foto en la que salimos juntos... y los dos sonreímos, cosa rara en mí, sonreír... Aquella tromba de agua en la ciudad de la selva, en Palenque, que nos empapó completamente, y el calor, pesado, vegetal, que revelaba demasiadas cosas... pero desde luego más de las que debería... pero como toda adolescente preciosa y que es consciente de serlo, tampoco le dabas demasiada importancia a que yo te mirase embobado...

sábado, 16 de junio de 2012

¿QUÉ CULPA TENGO YO?

Momentos congelados en el tiempo de mil pequeños gestos y miradas, unos cuantos sueños inalcanzables, y demasiados silencios rotos...

Os veo así, piel contra piel... y me devoran los celos...

¿Con quién pasas más tiempo? ¿Quién te despierta por las mañanas? ¿Quién duerme contigo la siesta? ¿Quién sabe que estás mal, siempre? ¿Quién te espera fie, cada noche?¿Quién te hace sonreír, y reír? ¿Quién hace el ganso, para animarte?

¿Quién te ama con toda su alma?
No me gusta nada, pero nada nada, que me dejes fuera de tu vida, que cierres la puerta de tu dormitorio, cada vez que él viene... y se queda...

No soporto estar lejos de ti, ni que estés con otro, no me gusta que otro me quite mi sitio, que esté a tu lado, y acaricie tu piel, y tu pelo... y te toque donde yo jamás me atrevería... De todas formas, no le soporto, sabes... Aunque intento que no se me note, y me acerco a él, soporto sus caricias, incluso ronroneo de vez en cuando... Pero lo hago solamente por ti, como siempre...

¿Qué culpa tengo yo, de amarte tanto, desesperadamente, locamente, egoístamente? ¿Qué culpa tengo, pues, de que tú seas humana, y yo tu gato guardián?

MEMORIAS DE LA PIEL MOJADA...

El agua cae, lentamente, sobre tu cuerpo de eterna adolescente, y miras, si verlas realmente, las grandes gotas de agua casi hirviendo, que te apasionan, porque ellas te hacen sentir tan viva, mas sobre todo, tan completamente libre, tan diferente...
No puedes concebir, tras un día completo con tus monstruitos, pero también con sus padres, nada mejor que tu ducha, diseñada a medida, en una esquina del baño, con sus chorros de vapor que acarician tu cuerpo como un amante infiel...
Por eso, comienzas a olvidarte de todos los pequeños problemas, de los inconvenientes de vivir en París, de ir en bus o en metro, y muchas veces, el cansancio es tan grande cuando vuelves a casa, que solo te apetece desaparecer en tu cálida tormenta cotidiana... Después de diez minutos, la espalda ya no te duele tanto, y la tensión desaparece de tu espalada, de tu cuello, y empiezas a lavarte, de la punta de la nariz a los pies, tocando, acariciando tu cuerpo,
como si las manos no te pertenecieran, sino a tu amante desconocido... Es cierto, eres una mujer muy femenina, pero también muy sensual, y no puedes concebir la vida sin el amor, la pasión y los sentimientos,
Terminas de ducharte, exponiendo tu cuerpo de eterna reina adolescente, a las ardientes caricias del agua helada, durante tres largos minutos... Por eso, saltas fuera de la ducha, para envolverte con la toalla caliente, hoy blanca, mañana amarilla, y luego, quién sabe... te secas suavemente, placenteramente, es casi una larga caricia íntima, y esa desconocida, que te observa desde el espejo empañado, te hace sentir un poco incómoda...
Tu marido está fuera, como siempre, toda la casa te pertenece, bueno, a ti y al gato, pero ahora estás tan cansada, tan hastiada, que apagas la luz, y vas al dormitorio, retiras la manta, y te deslizas, desnuda, entre las sábanas de algodón blanco, y te duermes...

Después, más tarde, volverás al mundo de los vivos, a las presiones, prepararás algo para cenar, te ocuparás del gato, del marido, de los niños, pero de momento, eres libre, y te olvidas
del mundo entero, sumergida en tu cálido universo, tan caliente, de la infancia...