lunes, 18 de junio de 2012

QUINCE DÍAS EN MÉJICO... A SU LADO...


Al final del camino, perdida en la memoria, espejismo de un futuro imposible por nacer muerto, recuerdo mezclado de quince mañanas y tardes, tu voz, dulce y suave como la pulpa del melocotón, me llama... me incita... me insufla cantos de sirena... y me lleva a imaginar que no hubo un brusco final para aquel viaje, para aquellos sentimientos...que jamás tuvieron la ocasión de madurar...

No tiene sentido, es cierto, torturarse por aquello, por lo que directamente no fue, ni podía ser, ni fue... Son demasiadas las imágenes que inundan mi ser, al menos esta noche, como para no darles salida, una especie de exorcismo voluntario del olvido... Hace tantos años de aquello, y sin embargo... Sin embargo, he vuelto a mirar las viejas fotos, a viajar mas allá del tiempo hacia los recuerdos...

Gran experto en enamorarme del amor mismo, no pude resistirme a tu melena cobriza, salvaje, a tus profundos ojos negros, ni a los hoyuelos, que decoraban tu sonrisa de niña mala, traviesa, de mujer-niña, o tal vez de niña-mujer, o de diosa... Yo iba a cumplir los dieciocho, y tú, Gacela, no tendrías ni dieciséis, y en aquél viaje a Méjico, estar contigo fue lo más cercano de conocer el cielo...

¡Qué inocente era, y qué imbécil, sigo siendo! Cuando me comentaron que los amigos de mi madre viajarían con sus dos hijas, no presté atención... Pero cuando te vi en el aeropuerto, y nos besamos, en las mejillas es cierto, pero con aquella complicidad de ser los hermanos mayores, pensé que Dios existía, que era muy bueno... por haber puesto en mi camino aquella Diosa... aunque fuera para adorarte desde lejos, en silencio, y atesorar cada momento a tu lado... Fueron quince días juntos, haciendo turismo por Méjico, con nuestras tres familias (también viajaba otro matrimonio, amigo de mis padres), descubriendo lugares extraños y maravillosos... a tu lado...

Para mi, siempre tendrás dieciséis años, Gacela... Siempre llevarás unos pantalones blancos y un polo, blanco con rayas azul clarito, en Chichen Itzá... Y te haré fotos a cada descubrimiento, sin que hubiera quejas por tu parte, porque la cámara estaba enamorada de ti... y yo también... Y vestirás bermudas rojos y polo blanco, Lacoste, subida a las ramas de un árbol seco, marcando sombra... Y deslumbrarás al mundo con tu conjunto blanco, comprado en Cancún, a juego con mi camisa, que todavía conservo, leyenda viva en el ropero...

O cuando saliste de la piscina con el bañador bicolor... marcando todas y cada una de las curvas de tu cuerpo de adolescente... Nunca te he visto más seductora que en aquél instante... O los momentos clandestinos en los que me buscabas después de cenar, para fumar a escondidas conmigo, y me mirabas nerviosa por que pudiesen pillarnos tus padres, compartiendo mi cigarrillo...

No concibo recordar Méjico sin ti... sin el pan, de hogaza, empapado en lima, con mantequilla...
Y las cazuelitas de queso fundido con chorizo picante... O el intento de alisar la camisa con vapor en la ducha, mientras estábamos tumbados, vestidos, en la cama... con nuestras hermanas, y contando chismes... casi inundamos el cuarto de baño, y la camisa, fatal, y tú te reías, y sonreías, chapoteando en el agua... mientras nos olvidábamos un poco de todo...  Y nuestro viaje en el barco, hacia Isla Mujeres, cuando tú estabas tumbada en la cubierta, con tu maravilloso biquini, y yo tenía que escoger entre mirar los colores siempre cambiantes del Caribe o seguir recorriendo las curvas de tu pecho con la mirada... y al final, escogí mirarte a ti...

Veinte años cumplidos... Demasiado tiempo... Después del viaje, nos vimos un par de veces, y jamás te dije nada... Entre otras cosas porque te consideraba inalcanzable, como una diosa... Y porque en el viaje de regreso te enamoraste de un chico que era de una categoría social más acorde con la tuya... Me sentí fatal en ese momento, Gacela, sobre todo porque habíamos pasado quince días juntos, y yo no había conseguido ser nada más que el hijo de los amigos de tus padres, y como mucho un amigo circunstacial.

Ya de regreso en Madrid nos vimos un par de veces, en varias ocasiones fui a buscarte a la puerta del colegio para acompañarte a tu casa, con la excusa de enseñarte las fotos del viaje, o para que me dieras algunas de las cintas con tus canciones favoritas, incluso asistí a uno de los conciertos de piano que diste como espectáculo de fin de curso... Pero siempre te consideré más allá de mi alcance, aquél fue mi mayor error... Y escogí convertirte en una Diosa viva, pero distante... en vez de en una realidad... Más allá de aquél viaje, incluso me parecía dificil mirarte sin recordar cómo te quedaba el bikini, o el bañador, lo que no era demasiado compatible con verte con el uniforme del colegio...

No se puede separar lo que nunca ha estado unido, no vale la pena recorrer otra vez los senderos, imposibles, de la memoria remota... pero lo hago... y me despido de ti por ahora, Gacela, con tu sonrisa en los labios... y el beso que nunca te dí aleteando en el limbo de los recuerdos imposibles...

Y mis momentos más felices de aquél viaje estarán siempre asociados a ti... El paseo en barco...
creo que es la única foto en la que salimos juntos... y los dos sonreímos, cosa rara en mí, sonreír... Aquella tromba de agua en la ciudad de la selva, en Palenque, que nos empapó completamente, y el calor, pesado, vegetal, que revelaba demasiadas cosas... pero desde luego más de las que debería... pero como toda adolescente preciosa y que es consciente de serlo, tampoco le dabas demasiada importancia a que yo te mirase embobado...

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