domingo, 11 de septiembre de 2011

EL ÚLTIMO REGALO

París, 1 de octubre de 2010





Amor mío... Hoy, por fin, he caminado las calles de París... al final, me he decidido a vencer el pánico al avión, y he conseguido una de esas tarifas baratas de las que tanto me hablabas... No deja de resultar un poco irónico, aprovechar nuestro aniversario para conocer por fin aquella ciudad de la que hemos hablado mil veces, que hemos recorrido hasta la saciedad, pero siempre de forma virtual, y que ha inspirado a pintores, escultores, poetas, literatos...


Para mí, el simple hecho de ir sola a Barajas, a mis setentaitantos años, de orientarme entre ese caos de terminales, que si la T-4, la T-2, localizar el mostrador correcto, facturar el equipaje de mano, ya sabes, mi "maleta de fin de semana", ha sido toda una aventura... No, no porque no lo haya hecho antes... sino porque es la primera vez que lo hago sin tí... Para entretenerme durante la espera, dos libros: el último de Matilde Asensi, y tu vieja "Guide Bleue" de París, en la versión española, claro está... ¡Cuántas veces repasabamos juntos los itinerarios, los principales museos, los hoteles más céntricos (al final, me alojo en el Hôtel des Pauvres Artistes, muy cerquita de la Opera), los restaurantes más típicos... pero también los más interesantes! Cuántas ganas tenías de traerme a "la ciudad para una mejor ocasión", porque cada vez que pensabamos en ir, siempre surgía algo, un problema de última hora, y nos quedabamos en Madrid... Pero lo más divertido, o irónico, es que hemos viajado juntos, menos de lo que nos habría gustado, pero de todas formas, conocemos Moscú y Leningrado, Budapest, Roma, Florencia, Venecia, Lisboa, Brujas, incluso Jerusalén, el viaje de mis sueños, y Edimburgo...


¿Te cuento un secreto, amor mío? Siempre que volábamos juntos, era un placer extraño, porque el miedo se me quitaba cuando ponías tu mano sobre la mía, irradiando calor, y confianza, y esa hermosa amistad que nace en los viejos matrimonios... Me mirabas con tus oscuros ojitos de miope (nunca te acostumbraste a las lentillas), y me sonreías, y luego me decías, muy bajito, alguna estrofa de "Cielos azules", la última vez, en el viaje a Egipto, fueron estos versos: "Cuando estás enamorado, mi forma de volar... Azules cielos sonriendo sobre mí." Hoy, no tengo nadie que me susurre cachitos de esa canción... Y combato los nervios escuchando en el MP5 la canción original de Eva Cassidy, que escuchamos por primera vez en la película "Patch Adams"... y sin darme cuenta, le cojo la mano a la señorita que está sentada a mi derecha... Creo que me ve tan desamparada, tan triste, que simplemente me sonríe, y me deja hacer...
Desde el aire, París no vale gran cosa, es una ciudad gris, con nubes de polución, demasiado tráfico... y aterrizar en el aeropuerto Charles de Gaulle no mejora precisamente esa primera impresión negativa: está sucio, lleno de gente, de demasiada gente que no sabes bien lo que están haciendo allí, algunos de ellos con los carros a rebosar de maletas, otros con bolsas de plástico o de deporte, allí se mezclan los residentes con los transeúntes... Y en todo momento, ese maremagnum de gente, de voces, de olores... Todo es tan confuso, que el simple hecho de salir de la terminal y coger el autobús de la RAPT (Roissybus) que me lleva a l´Opéra representa un alivio importante... aunque lo que sigo viendo no es tan distinto de nuestra M30...



Eso sí, todo cambia cuando llegamos a la zona bonita de París, y recorremos aquellas avenidas largas, rectas, con unas farolas hermosas, con bancos, llenas de gente ocupada, es cierto, pero se vislumbran coqueteos entre las sombras, sonrisas... es la "Ciudad del Amor", la "Ciudad de la Luz", y eso se nota... La fachada de la Ópera, donde finalmente nos deposita el autobús, es sobrecogedora, esta tarde tengo una visita concertada, y con un poco de suerte, escucharemos un ensayo de "Lucía di Lamermoor", pero de momento, lo importante es llegar pronto al hotel, que está ubicado en el 37, boulevard Rochechouart, quitarme estos zapatos nuevos, y descansar un poco... El recepcionista es muy amable, y me indica las distintas ofertas turísticas (al final, contrato para esta noche el paseo en el Bateau Mouche), y me ayuda a subir mi equipaje (la maleta, y la muñeca tipo Pepona)... La habitación, no muy grande, pero sí luminosa, da a la calle, y en cuanto me quito los zapatos, me tumbo unos minutos en la cama... y me quedo dormida casi una hora...


Como tampoco tengo demasiada prisa, me cambio de zapatos, y me voy al Louvre, pues tengo una cita con una vieja amiga: la "Victoria de Samotracia", y con un cuadro enigmático, "La Virgen de las Rocas", que siempre nos llamó la atención, mucho antes que la novela de Dan Brown... Hay bastante gente en la entrada, pero la cola avanza rápido: la hora de comer siempre es la gran aliada de los turistas... Me quedo un par de horas paseando por el museo, la pirámide de cristal es impresionante, pero lo son más todavía los milenios de historia que se acumulan por todas partes... Tras un pequeño paseo por el Egipto faraónico, y una visita fugaz a la Gioconda, abandono el Museo, y casi me parece oír tu voz, regañándome por no haber visto tal o cual cosa...


Es una cálida tarde de otoño, me como un "croque-monsieur" a tu salud, con un par de botellas de agua, y lo completo todo, sentada en un banco, y saboreando una crèpe recién hecha, me decido a cruzar el Sena (esto si que es un río, y no el Manzanares), para dedicarle unas horas al Musée du Quai D´Orsay... Sí, en tres días da poco tiempo, pero al menos hay que acercarse a estos dos museos, y disfrutar con ellos, tal y como siempre planeamos hacer... Después, el Palacio de la Ópera no me decepciona, y nos dejan asistir al acto tercero.... Y me dan ganas de llorar, pues recuerdo lo que te gustaba el aria final... Y como los franceses cenan pronto, me refugio en un pequeño restaurante, a degustar la típica sopa de cebolla, con mucho queso fundido... Durante el paseo vespertino en el Bateau Mouche, veo desde lejos algunos de mis objetivos: Notre Dame de Paris, la Tour Eiffel... hace mucho frío, y abrazo la muñeca, como si me fuera a dar algo de calor, al no estar tú... Regreso al hotel, y noto que todo mi cuerpo necesita un descanso, un buen baño, y una noche de sueño reparador...
París, 2 de octubre de 2010
Amor mío... por segundo y último día, he recorrido las calles de la Ciudad de la Luz... sin tí... Para hacerme una idea general, he contratado una excursión para turistas españoles, gracias, una vez más, a las gestiones del recepcionista del hotel.. Por lo visto, es uno de los nietos de la Guerra Civil, y aunque nunca ha viajado a España, Pascal habla perfectamente nuestro idioma... La visita ha sido muy interesante, y aunque muy comprimido, hemos visto Les Invalides, el Panteón, un pedacito de Versalles, los famosos "Nimphéas", y nos han dejado tiempo libre para visitar el Centro Pompidou, aunque he preferido quedarme fuera, tomando un chocolate caliente, y disfrutando con la gente, y la vida, de esta gran ciudad...
A la hora de comer, ya había terminado el paseo, y aunque me quedaban mil cosas por ver, tal vez en otro viaje, he metido la muñeca en el bolso, para emprender la última etapa de mi peregrinaje: la catedral de Notre Damme, y la Tour Eiffel... Esta vez no he tenido suerte, y la Catedral estaba completamente llena, pues habían inaugurado una exposición de arte religioso, muy interesante, por cierto, y no tuve más remedio que hacer la cola para subir a la Torre... La escalera, muy empinada, no era lo mejor para mis piernas, pero logré subir hasta lo más alto, por tí, por aquella promesa que te hice hace pocos meses...
Tantos años juntos, hablando del viaje, de lo hermoso que sería descubrir juntos París... Pero un cáncer de páncreas te exterminó en muy poco tiempo... y con un hilo de voz, me pediste que esparciera tus cenizas en París, para que al menos pudieramos compartir aquél recuerdo... Y así lo estoy haciendo, amor mío... Camufladas en una muñeca Pepona como las de nuestra nieta, has superado todos los controles en los aeropuertos, pues no tengo muy clara la legislación sobre el traslado de cenizas entre dos paises... Y en todos aquellos sitios que te habrían gustado, en un alcorque de un arbol en el Louvre, en la entrada del Quai d´Orsay, en las aguas del Sena desde un Bateau Mouche, en los jardines de Versalles, ahora mismo desde la Catedral, y dentro de una hora y media, desde lo alto de la Tour Eiffel, terminaré de aventar tus cenizas, de compartir tus recuerdos con la ciudad que tanto amabas...
Y esta noche, cuando todo haya terminado, cuando no me quede de tí más que los recuerdos de tantos años de convivencia, de felicidad a veces, de amargura otras, de tantos sueños cumplidos y tantos otros que jamás lograremos... esta noche, tras una cena solitaria en cualquier bistrot de Montmartre, daré un último paseo para despedirme de la Ciudad de la Luz, volveré al hotel, y cuando esté sola, de nuevo en la habitación... Romperé el dique de las lágrimas... y lloraré por tí, que te has ido, y por mí, que me he quedado sola... y por todos los sueños que hemos cumplido... y por todas las oportunidades que hemos aprovechado para amarnos... y por cada amanecer que hemos sorprendido al sol caminando por la playa... por cada paseo por el Retiro y por el parque del Capricho... por las colas en el Auditorio Nacional los domingos por la mañana... y por las Exposiciones que hemos compartido juntos...
Y cuando haya vaciado mi corazón y mi alma de lágrimas, cuando no quede en mí ningún ápice de tristeza, entonces, tendré que pararme a reflexionar sobre tu último regalo, amor mío: los billetes de avión, la reserva del hotel, que tú encargaste antes de morir, y que un mensajero me trajo hace varios días... Ese fue tu último regalo... una ciudad entera, para recordarte... Ya solo me falta encontrar alguien, posiblemente nuestra hija, para que me haga a mí el mismo favor... y compartir entonces París, para siempre...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.