viernes, 9 de septiembre de 2011

EL SABOR DE LAS NUBES DE FRESA

Dulce noche, hazme soñar... con ella. Necesito recordar aquellos tiempos en los que todo era más sencillo, más puro, la emoción de robar un beso, en la mejilla, la dulzura de su voz de niña buena... y el brillo de sus ojos cuando me miraba... Su melena, castaña muy clarita, que bajaba en suaves ondas hasta la mitad de su espalda, y su piel, tan blanca en pleno invierno, que parecía increíble aquella mutación a partir del mes de junio... Sus ojos, de un verde azulado iridiscente, hacían que mi mundo se estrechase tanto, que solo me fijaba en ella... tal vez por eso me tropezaba con el alcorque de los árboles con cierta frecuencia, o con alguna de las sillas de la clase o del comedor...

Sí, fue un extraño amor, hecho de presencias, diminutos roces, y muchas horas de silencio compartido... que tal vez fueran minutos... o siglos... Se trataba quizás de aquél momento fronterizo de la infancia, en el cual no tienes muy clara la diferencia entre los sexos, y de todas formas, no conoces ni siquiera el significado de aquella palabra... que empieza por "A"... Cinco años, tal vez seis, en todo caso, menos de siete... Los niños juegan en un lado del patio, las niñas en el otro; los unos, haciendo pequeños canales para impulsar barcos improvisados y jugando a las canicas o a las chapas; ellas, con las misteriosas actividades de las niñas pequeñas, alguna que otra muñeca, y sobre todo, saltar a la comba o con la goma. La goma, misterioso instrumento de tortura, con el que les gustaba mucho desconcertarnos a los chicos, o poniéndonos en ridículo, ofreciéndonos participar a la hora del recreo grande...

Fascinación... No se me ocurre otra manera de explicar, ni con el paso del tiempo, el efecto que tenía en mí la pequeña Laura... ¡Y que no se te ocurriera llamarla Laurita, pues tenía un derechazo temible! Necesité varias semanas, hasta mediados de octubre, para acercarme a ella, mi habitual timidez no era el mejor acicate... La observaba, desde el otro lado del patio, durante el recreo: aunque nunca se me dieron bien las chapas, aquellas semanas marcaron el final de mi "carrera" como jugador profesional... Las niñas, aquél gran misterio que, de todas formas, me llamaba poderosamente la atención... supongo que igual que a los demás compañeros de clase... La única diferencia era que yo me atrevía a sostener su mirada, a soportar el calor de sus ojos, en la distancia... Por desgracia, tenía que moverme rápido, pues otro niño apareció en el horizonte, un tal Pablito, que además iba a su misma clase... y era más alto y más fuerte que yo...

Solo estábamos juntos en el patio, en el comedor, en la biblioteca, y durante las clases de natación, cuando compartíamos vestuario todos los pequeños... La piscina ni siquiera estaba en el mismo edificio, y nuestro colegio había alquilado varias mañanas por semana las instalaciones a otro, y para rentabilizar el coste, solíamos compartir incluso el vestuario... Se suponía que los niños pequeños no se fijaban en las diferencias entre los sexos, y por eso nos ubicaron en un ancho pasadizo, con bancos a los dos lados, y dejaban a la mamá naturaleza que se encargase de distribuirnos, bajo la atenta mirada de los monitores... Lo más habitual era que las madres nos pusieran el bañador en casa, y que después de las clases, nos duchásemos y nos pusiéramos nuestra ropa interior seca, que llevábamos en las mochilas... en una alegre conviencia de niños semi-desnudos, haciendo la cabra loca, y persiguiéndose a toallazos por los bancos... No lo sé, quizás fuera por la forma en que el pelo, empapado, le caía por la espalda, o por el brillo de su piel mojada bajo las luces de neón, la condensación... Aquella mañana del mes de octubre, decidí que hablaría con ella... aunque no tenía demasiado claros ni mis sentimientos, ni cómo conseguirlo...

Yo no tenía nada de un paladín de cuento de hadas, ni tampoco destacaba por mi fortaleza o mi aspecto: era un chico del montón, de pelo oscuro, delgadito, y bastante tímido por añadidura... eso sin contar las gafas... Mi rival, Pablito, me sacaba media cabeza, y tenía el físico de un descargador de barcos y posiblemente la misma inteligencia... Mis únicas ventajas era mi gran imaginación, mi afición a la lectura, y la capacidad de escuchar... Tal vez no fuera mucho, pero era todo lo que podía ofrecer... y funcionó...

Lo planeé como si fuera una de las aventuras de "Los Cinco": observando con detalle su entorno, fijándome en los colores de ropa que le gustaban, tomando nota del tipo de chuches que le hacían brillar los ojos (las nubes de fresa) y procuraba incluso enterarme de algunas de sus conversaciones, aprovechando mi excelente oído (que tanto me hacía sufrir en las ocasiones sociales)... Empecé a acercarme, lentamente, a su grupo de amigas, mirando sus curiosos rituales de juego, incluso hice prácticas varios días en mi casa con la goma de saltar de mi hermana, sujetándola con varias sillas... y hostiándome como no podía ser de otra manera... Y una mañana de martes, aprovechando que estábamos compartiendo el vestuario las dos clases y que los profesores relajaban un poco la disciplina durante el trayecto (teníamos que recorrer varias calles), me puse a su lado y, tras llamarle la atención tocando levemente su mano derecha, pronuncié el discurso más importante de toda mi vida: "Hola... He visto que te gustan las nubes... ¿Las compartimos hasta el cole?", al mismo tiempo que le enseñaba la bolsa, que había escondido detrás de la espalda...

Mi dulce Laura... Fueron unos meses mágicos, únicos, irrepetibles... Seguíamos separados durante las clases, es cierto... Pero los recreos nos pertenecían, aunque tuviéramos que mantener las apariencias de cara a nuestros amigos, siempre había algún momento para un leve roce, compartir una bolsita de chuches (por supuesto, yo invitaba... gracias a la participación de mi abuelo...), bajar juntos la escalera desde la primera planta, y los ratos de esparcimiento en el agua cálida de la piscina... Mejoré bastante gracias a ella: me hacía nadar para alcanzarla... Por supuesto, en primavera "lo nuestro" era ya un secreto a voces, y quitando una pelea con Pablito, que se saldó con un ojo morado (el mío) y el típico coro de risitas de las niñas, creo que fuimos bastante felices: incluso nos llevaron mis padres al cine (una de Disney, "Un candidato muy peludo", se me quedó grabada la fórmula: "in canis corpore transmuto"), y pasamos unos días en una granja escuela, con ambas clases (Pablito no apareció)... El contraste con nuestra vida de urbanitas no podía ser más grande, los inmensos campos verdes con valla de alambre de espino, el crepitar de la chimenea por la noche, las voces de los monitores al contar viejas leyendas, como "El arroyo del retorno", el inevitable sonido de las guitarras, y los grillos y las cigarras, que cantaban, estoy seguro, nuestra historia de dulce, tibio e inocente amor... Incluso me invitó a su casa un par de tardes, que pasamos remoloneando en la piscina, bajo la atenta y divertida mirada de su madre, quien se reía al vernos tan juntos, tumbados en el suelo, y leyendo uno de mis libros sobre la toalla, todavía recuerdo el título: "Los cinco y el páramo misterioso", de Enid Blyton... Por supuesto, no tuvimos tiempo suficiente para acabarlo, y se lo presté hasta el mes de septiembre... El sol, el agua fresca, pero sobre todo, el estar con ella, disponer de toda su atención, de todo su cariño, hacer el ganso (nunca mejor dicho) en la piscina, fue la primera vez que la vi con bikini, y su ombliguito me volvía loco...

Se aproximaba el final del curso, Laura y yo pensábamos con ilusión en el verano, el tiempo libre, los amigos, la playa... es cierto, cada uno por separado... pero nos bastaba con estar juntos en el pensamiento, mirar el cielo, hacia la Estrella Polar, y la distancia dejaba de ser importante... Al despedirnos, una soleada tarde de junio, me besó... Sus labios, con esencia de nubes de fresa y tan dulces como el azúcar, se posaron sobre los míos... Yo la abracé, con un poco de torpeza tal vez, y volví a besarla, con uno de aquellos besos de película (versión niños), incluyendo un leve atisbo de lenguas que se encuentran, y un pelín de saliva... Nada ni nadie parecía existir, más allá del espacio comprendido entre mis brazos, y el mundo entero no tenía importancia...

Cuando nos separamos, con su maravillosa melena refulgiendo al sol, su vestido de verano de algodón de color crema con algunas flores de color azul, su piel ligeramente tostada... Nos despedimos... No hubo ningún presentimiento, ni corrientes de aire frío que me envolvieran cuando la vi marchar, de la mano de su madre... Yo me fui de vacaciones con mi familia... y en aquellas noches de julio y agosto, cuando sentía la nostalgia de mi dulce Laura, miraba la Estrella Polar, y pensaba en ella... Según se acercaba el mes de septiembre, mi ilusión aumentaba por momentos: dentro de pocos días, volvería a verla, y le daría una bolsa llena de nubes, que compraría la víspera del gran momento, para compartirlas con ella...

Lunes 12 de septiembre de 1977: solemne apertura del curso escolar... Todos los niños, con sus padres, en perfecto orden de revista en el patio del colegio... Todos con mochilas nuevas, libros aún más nuevos, y todo el equipo indispensable: peonzas de madera, las omnipresentes gomas para saltar, las combas, algún "frisbee", escuadrones de nuevas y relucientes chapas con los colores de equipos de fútbol, incontables canicas de cristal con misteriosos torbellinos de colores, los peligrosísimos y cotizadísimos "boloncios de acero" (en verdad, rodamientos de los coches), auténticos asesinos de canicas... Casi todos estaban contentos de volver, menos los más pecueños, a cuya categoría por supuesto no pertenecíamos, porque con 7 años, eramos unos profesionales... Pasaron los minutos, mientras la directora pronunciaba un pequeño discurso inaugural, y las profesoras y profesores iban recorriendo las filas, con paso mesurado... A las nueve en punto, llegó el momento de entrar en el edificio, para comenzar una nueva aventura... Mi madre me observaba, apretando suavemente mi mano... "¿Estás bien?", me preguntó, algo inquieta... ¿Y qué le iba a decir yo... cuando Laura no había venido, aquél primer día de clase?¿Que estaba preocupado por ella?¿Que tenía un mal presentimiento?¿Que necesitaba volver a verla?¿Que mi corazón latía, desbocado, por ella?

Laura no volvió al colegio, ni aquél día, ni ningún otro... Se esfumó... Mi madre preguntó a la directora, unos días más tarde, "porque no hay otra forma de que te quedes tranquilo, ¿verdad?"... La esperé delante de la puerta del despacho... Me dijeron que habían trasladado a su padre a otra ciudad de Europa, él era ingeniero de obras públicas, y su empresa, una multinacional, necesitaba sus servicios en otro lugar... Y por supuesto, se había llevado a su familia, incluyendo a "Chester", su gato rubio...

Nunca comprendí que se fuera sin despedirse... que me dejase tan solo, con tantos recuerdos, y tantos sueños... Jamás terminé "Los cinco y el páramo misterioso", aunque mi padre se ofreció a comprármelo de nuevo... Me sentía traicionado, triste, y tan solo, sin ella... Le mandé una carta a su antigua casa, me la devolvieron un par de semanas después, con el membrete de "Se ausentó sin dejar señas"...

Y tardé muchos años en volver a comer nubes de fresa, sin notar el sabor de las lágrimas en mi garganta...

Todavía lo siento...


NOTA: ESTA ENTRADA FORMA PARTE DE LA NOVELA ROMÁNTICA: "LAS SOMBRAS DEL SUEÑO. (1) HACIA LAS LUCES DEL ALMA"...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.