viernes, 9 de septiembre de 2011

ANCLADO EN EL TIEMPO

Vivo anclado en el tiempo, en los últimos momentos que compartimos juntos, con el embrujo del mar haciendo que el mundo entero y todos sus habitantes se fundieran de nuevo en la famosa “sopa primordial”, y sólo quedásemos tú y yo…
En aquellos momentos, todo era posible, y de todas formas, lo más complicado ya lo habíamos hecho: conocernos, a través de dos carambolas cósmicas que tardaron años en fraguar… Aquella noche, que sin saberlo sería la última que pasaría a solas contigo… Los sueños de futuro revoloteaban a nuestro alrededor…
Yo solo ansiaba empezar de nuevo, pero a tu lado, que Madrid ya me había consumido en cuerpo, esperanzas y alma… y solamente hundiéndome en tu ojos negros, y besando tus labios, recobraría las fuerzas… Emprender una nueva vida, en Málaga, con tantas cosas en las que pensar, pero ninguna de la que preocuparse… Buscar un nuevo trabajo, el que fuera… porque habría hecho cualquier cosa, para estar a tu lado… bueno, casi cualquier cosa… Me imaginaba viviendo en un piso de estudiantes, que al tener la facultad no sería difícil de encontrar… y quizás, cuando me estabilizase en el trabajo, podríamos alquilar un piso juntos… y entonces…
Pero con el amor no se juega, Yolanda… Y tú nunca me amaste…
Pero veinte años después… yo te sigo amando…
Y miro tu foto… mientras bebo un par de sorbos de té frío… y recuerdo aquella última noche, en el espigón del puerto, y mucho antes, cenando en el restaurante italiano con una botella pequeña de “Lambrusco” y otra de agua… Cada vez que levantaba la vista, me estabas mirando… y sonreías… Quizás intentando encajar aquellas facetas tan distintas: la del amigo fiel, con quien llevabas algunos años escribiéndote… El lector empedernido que te había descubierto mundos enteros… El periodista, con más sueños que otra cosa, pero con ganas de luchar… Y ahora, tal y como llevabas sospechando, el veinteañero que te había confesado su amor… entregándote su corazón, y dispuesto a dejarlo todo por ti…
¿Y tú, cómo te sentías en aquél momento? Me querías, lo sé… como amigo… como siempre me quisiste... los dos con demasiado tiempo para dar un paso más... Y hacia allí trataste de encarrilar nuestra relación, no tomando ninguna decisión en aquél momento, aunque aquello significase que ya la habías tomado… Estuvimos un par de días más juntos, fuimos al cine a ver “Estallido”, que por verla contigo se ha convertido para mí en la película más romántica de todos los tiempos… Nunca sabrás lo cerca que estuve de besarte aquella tarde, cuando viniste a buscarme a la pensión… O quizás sí… Pero solo me arrepiento de no haberlo hecho, de no ponerme a tu lado, y besarte, y abrazarte… y sentirte…
Algún tiempo después recibí tu última carta, que sigo conservando… como todas las anteriores…
Yo no podía saber que aquella sería mi última visita a Málaga… Que dos años más tarde, en la primavera (militar) de 1995 perdería aquél autobús, por culpa de una revisión en profundidad de los uniformes y petates, realizada por el teniente Vázquez… Pues en aquél momento, pensar en ti era mi único sueño, recordándote sacaba fuerzas de donde no quedaba ya nada, y ver tu foto era un antídoto contra la despersonalización, la alienación, y el vacío…
No pudo ser… Después, me faltó el valor, y cambiaron muchas cosas… Pero durante aquellos meses, de abril a finales de diciembre, no hacía más que pensar en ti… Me licencié en julio, solo quería quitarme el olor a ejército, y volar a tu lado, o conducir, que quinientos cuarenta y cinco kilómetros no eran nada… Ni seguirían siéndolo… aunque ahora cogería el AVE… Aquellos días marcaron la diferencia entre dos vidas: la que viví, la que estoy viviendo, y la que podría haber vivido… contigo… Y luego, caí en la trampa del amor, donde gané y perdí todo…
Cada cierto tiempo, en momentos de dolor o de crisis, es tu cara, Yolanda, siempre la tuya, la que veo... Es tu voz la que escucho, con ese acento “andalú”… No suelen ser más que breves ráfagas de recuerdos, reales o imaginarios, de sabores compartidos, de sueños… Y tu nombre es difundido por el corazón a todas las partículas de mi cuerpo… repitiendo una y otra vez la misma pregunta: “¿Y por qué no? ¿Y si hubiera tenido el valor necesario?
Por eso escribo, Yolanda, desde hace más de tres meses, para buscar respuestas… para ser libre… y no tener miedo… Para llenar, de la única manera que conozco, veinte años lejos de ti… y partir de cero… y quizás tener las fuerzas para dar un giro a mi vida…
Porque me ahogo… Con una vida que no siento como mía, que no es mala… pero no es la que soñaba ni deseaba… Con demasiadas veces en las que he escuchado un “no” categórico como respuesta… que no me he sentido apoyado ni han creído en mis posibilidades… y que me ha faltado el valor para decir: “hasta aquí hemos llegado”, salvo en los mundos de tinta…
Porque vivo cautivo del eterno presente, y no espero nada del futuro… y he perdido en buena parte la confianza en mí mismo… y no hago más que buscar excusas para no tomar aquellas decisiones que igual podrían suponer un cambio…

Demasiadas veces tengo la impresión de vivir en una burbuja de jabón, un entorno controlado, con una serie de rutinas establecidas que incluyen trabajar, leer, conducir, la siesta con el gato (menos en verano), observar, aplazar los miedos y camuflar las frustraciones… y sentir que la única libertad, la única satisfacción, reside en la escritura…

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