miércoles, 21 de septiembre de 2011

UN BESO EN EL CORAZÓN DEL BOSQUE

¿Recuerdas aquél momento, en el bosque, cuando nuestras sombras se besaron por primera vez? Fue algo etéreo, fugaz, inconsistente e inconsciente a la vez... Y, sin embargo, poco después, a nuestras sombras siguieron... nuestros cuerpos... y el beso se hizo carne...

No sé... igual no ha sido una buena idea el participar en aquella excursión, pero a estas alturas de nuestra vida, quizás tampoco teníamos demasiada alternativa... "Amores tardíos", creo que los llaman... y de alguna manera, tienen razón... Porque el nuestro ha tardado más de 20 años en materializarse...

Me enamoré de ti desde el primer momento en que nuestras miradas se cruzaron, en el patio del colegio... Eras tan hermosa, que hasta el mismo sol tenía envidia, mientras iluminaba tu corta y rubia melena rizada... y en tus ojos, refulgía un millón y medio de estrellas ¡como poco! No sé, tal vez yo necesitaba enamorarme, algo que me ha sucedido durante toda la vida, y por eso te escogí precisamente a ti, entre las posibles candidatas... Y te adoré... en silencio... durante mucho tiempo... ¿Cómo ibas a fijarte tú, una auténtica Diosa vikinga, en mí, un chaval flacucho, pálido, y tímido hasta decir "basta"? ¿Y cómo iba yo a atreverme a dirigirte la palabra, incluso en los escasos momentos de intimidad que teníamos en la fila del comedor? La de veces que quise, durante aquél primer año, hablar contigo en "territorio neutral", es decir, la Biblioteca...

Amor a distancia, no se me ocurre otra manera de explicarlo... que se prolongó durante más de diez años... El mismo tiempo que tardaste en convertirte en una hermosa adolescente, cuya simple visión me dejaba sin habla... y difícilmente se puede conseguir enamorar a alguien, o acercarte a ella, si enseguida te pones rojo como la grana... Siempre con tu nombre en los labios... y tu sonrisa en los oídos... Te escribí una carta de amor, recuerdas, después de miles de dudas... Incluso por aquél entonces, era más sencillo para mí escribir que hablar, hay algunas cosas que no cambian...

Un ideal inalcanzable... y al mismo tiempo, el principal elemento que daba coherencia y esperanza a mi vida... el mayor punto de luz en mitad de las tinieblas... Natalia... todavía recuerdo tu risa... y el hoyuelo en tus mejillas... Al cambiarte de instituto, te perdí la pista... Pero seguí conservando tu recuerdo...

Y ahora, te reconozco, en el típico viaje de fin de semana organizado por los amigos del Ateneo, te reconozco... Quizás algo cambiada, que veinte años no pasan en balde... con unas leves ojeras, y algunas patas de gallo... pero sigues siendo tú, Natalia... Con tu increíble sonrisa... y tus pecas en las mejillas... No pensaba que fuera posible verte de nuevo, pero ... así ha sido... Explorando el corazón del bosque, con botas de alta montaña y todo el equipo... Durante un par de horas, estuvimos hablando, de momentos compartidos en el pasado... de los lugares a los que habíamos viajado... las personas de las que habíamos aprendido... Los dos, casados... pero no juntos... Nuestras manos se encontraron fugazmente... y se tomaron cariño...

Y nuestras sombras se besaron en un claro, mientras la luz, tamizada y teñida de verde, aureolaba tus cabellos rubios... Estabas tan hermosa... que no pude evitarlo... y, con más miedo que antaño, sujeté suavemente tu carita... y te besé en los labios... Al principio, te mostraste un poco esquiva... pero entonces tus labios se abrieron...

Duró poco, demasiado poco, para un gesto, un beso, que llevaba toda una vida anhelando...

Y, sin embargo, era precisamente lo que necesitaba para olvidarte...

Unas horas vividas al margen del tiempo... No intercambiamos los teléfonos...¿para qué hacerlo... si con aquél único, apasionado, beso, engañamos al tiempo?

Porque, al abrir lentamente los ojos, teníamos de nuevo diez años, y nos estábamos besando en una esquina del patio del colegio... Y en un solo momento, comprendimos cómo habrían sido nuestras vidas, de haber compartido aquél beso...

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