viernes, 9 de septiembre de 2011

NOCHES DE MAR...

Algunas noches, me despierto con la impresión de que nuestra cama se encuentra en medio del mar, puedo oler el salitre, sentir las olas, el vago rebufo a algas, a historias de otros tiempos... Menos mal que no me mareo casi nunca... ¿Cómo explicarlo? Aunque tampoco hace falta, si recuerdas la última vez que te sumergiste en el océano, y te dejaste llevar por las olas que rompían en la orilla...
El vaivén, el movimiento, ligero pero constante, un balanceo que te habla de otras vidas, de otros momentos... Recuerdo "Capitanes Intrépidos", y soy uno de ellos, casi siempre, el niño, lo que va muy bien con mi forma de ver y sentir el mar...

Me encanta Spencer Tracy, es uno de mis actores favoritos, y me sorprende mucho más en esta película, cuando estoy acostumbrado a recordarle en papeles de "duro", como en "La conquista del Oeste", "Vencedores y vencidos", "Paso al noroeste"... ¿Y el niño? No podemos olvidarnos de él: Freddie Bartolomew, quien un año antes participó en otra de mis viejas y queridas películas: "El pequeño Lord"... Ya casi nadie se acuerda de las antiguas y enormes glorias... hay demasiada gente para quien una película en blanco y negro ni siquiera se merece considerar como tal: siempre será un "tostón"... y si es muda, mucho menos... Y, sin embargo, en los últimos años los genios de la industria cinematográfica americana se dedican a ofrecernos "refritos" y "revisiones" de las grandes producciones de aquellos años, entre otras "Drácula", "Frankenstein", "El padre de la novia"... Todavía no se han atrevido con "¡Qué bello es vivir!", aunque demasiadas presuntas comedias cargadas de buenos propósitos tienen un cierto rebufo de esta película que, según mi nada humilde opinión, es una de las diez mejores películas del cine de todos los tiempos...

Pero regresemos al mar, a la cama barco, al salitre y el sudor, cuando escucho en mis recuerdos la tonadilla que cantaba Spencer Tracy, "Ay mi pescadito deja de llorar, ay mi pescadito no llores ya más..." acompañado, creo, por una zamfoña... Nunca he sido marinero, pero sí he subido en barco algunas veces, desde un ferry en medio de una tormenta en las costas de Inglaterra, hasta un velero en las costas de la isla de Ventotene, otra vez durante un crucero por el Nilo con mis padres y mi hermana, y en los típicos barcos para turistas en Lanzarote y Fuerteventura... o bien los tradicionales patinetes... pero siempre recordaré aquél paseo por el Caribe, nadando en el agua más cristalina que jamás he visto... aunque más fría de lo que parece...

No deja de ser curioso que el mar, el océano, me inspira un profundo temor, respeto, y miedo. Como soy miope, antes incluso de bañarme, tengo que establecer referencias visuales, procurar mantenerme más o menos dentro de una línea o zona donde me pueda orientar, o bien utilizar algún valeroso lazarillo, por ejemplo, mi mujer, o alguien de la familia... Todavía sigo recordando la película "Tiburón" (y sus secuelas), o bien la segunda parte de "Piraña"... Aunque no nado mal, prefiero bucear, a pesar del engorro que supone ponerse las lentillas en casa, llevar los complementos a la playa, y utilizar unas gafas de natación... lo que viene a significar que, mientras pueda ver lo que se esconde por debajo de mí, tener una aceptable visión periferia, y sobre todo, que el agua no esté muy fría, me gusta bañarme, jugar con las olas, observar los pequeños bancos de peces... Siempre he tenido ganas de hacer un curso de buceo, aunque fuera una iniciación... pero nunca encuentro tiempo, ni dinero, para ello...

Y, sin embargo, no se me ocurre mejor lugar en el mundo para relajarme que una playa de arena blanca, al amanecer, con el leve murmullo de las olas, y buena compañía... Escuchar la canción del viento y el agua, los sonidos de la luz contra el mundo de las sombras... Y comprobar que todavía queda esperanza...

Marinero de tierra firme, cuya cama se convierte en barca algunas noches... y las alfombrillas están mojadas de agua salada, de agua de mar, cuando las piso por la mañana...

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