sábado, 10 de septiembre de 2011

TOCANDO EL CIELO

Domingo por la tarde, en Madrid... entre lluvias y claros, pasan las horas, y se acercan los viejos ritos... Y aparecen algunos recuerdos... Y demasiados sueños...

Pasear por el parque desierto, con el suelo oliendo a lluvia, y la humedad elevándose, perezosa, entre los arbustos, y que forma suavemente una especie de niebla... El sonido de mis botas en la tierra empapada, y la impresión de estar estrenando el atardecer... O de asistir al final del día, en butaca de patio, y como único destinatario de la sinfonía de olores, colores, las caricias del viento entre los árboles, de algunos recuerdos muy dispersos, incluso dos o tres buenos... Cuando eres niño, algunas cosas parecen más sencillas, más factibles... Como tocar el cielo...

Al ver los columpios, con el inmenso charco de agua que inevitablemente recubre las rodadas de los pies de los niños, viajo al pasado, y recuerdo el frescor del aire, la sensación de ligereza, casi de abandonar el cuerpo, el sonido de las cadenas, las visiones del cielo azul del verano, lanzarte con los pies por delante hacia las nubes, siempre más alto, siempre más lejos, que si te das impulso con un poquito más de fuerza, lograrás volar como los pájaros... Y durante aquellos breves instantes, tanto en el recuerdo como en el presente, porque al final no he podido resistirme a subir en el columpio (como solamente los adultos saben hacerlo, con esa mezcla de placer prohibido y de miedo al ridículo y de pánico a caerte al suelo)...

Noto que estoy tocando el cielo...

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