domingo, 11 de septiembre de 2011

MI VIDA EN UN SEGUNDO



A

lgunos momentos en la vida, de repente, el tiempo deja de existir, de tener importancia... Y lo ves todo, como si tu existencia entera cupiese en un segundo... No eres más que un montón de átomos, con forma de ser humano, que está viviendo más o menos al margen del tiempo real... El mundo entero parece estar encerrado dentro de paredes de cristal blindado, y te sientes al margen, como el niño pobre delante del escaparate, lleno de juguetes que jamás tendrá…



Y recuerdas, dentro de un extraño ataque de lucidez, algunos de los momentos que más han condicionado tu existencia... Por ejemplo, tu miedo patológico al agua, sobre todo a las piscinas, de repente queda explicado por aquella vez en que te resbalaste de las manos de tu padre cuando tenías menos de un año, y te quedaste unos angustiosos minutos anadeando en la piscina, hasta que él pudo recogerte...



Te viene a la memoria aquél primer beso, lleno de dudas y de miedos y de saliva, mientras jugabais a la botella en el cumpleaños de un amigo... También recuerdas el tremendo balonazo que te llevaste en plena cara en medio de un partido de fútbol del instituto... O el tarascazo que te metiste con la bici, mientras hacías el bestia con unos amigos...



Pero si hay dos recuerdos que te duele sobremanera el haber olvidado, son la primera vez que paseaste con tu mejor amiga de la mano, bajo la luz de la luna llena de otoño... O la primera vez que dormisteis juntos, pero solo dormir, que era tu mejor amiga... Adriana... Siempre tan cerca, pero a la vez tan lejos... ¿Cómo has podido olvidarla?



Por supuesto, no todo son imágenes hermosas... Una mañana de invierno, bajo la lluvia, al pie de una fosa recién abierta... Lágrimas que no quieren salir de tus ojos, por eso de ser un hombre... y todo el mundo sabe que “los hombres no lloran”… Soledades, demasiadas madrugadas de insomnio, haciendo mil y un trabajos en la facultad... sin comprender demasiado bien su sentido… Las olas batiendo contra la costa, y tu cuerpo en el agua, haciendo el muerto para relajarte unos minutos en mitad de una travesía, hacia una isla que al final estaba demasiado lejos... El cansancio, el calor del sol, en medio de la montaña yerma, mientras te preguntas qué demonios se te ha perdido allí... La sensación de impotencia, cuando entras en el quirófano, con la rodilla destrozada... que es solo comparable a la desoladora tristeza que te invade durante las sesiones de rehabilitación... tres meses al margen del mundo, para luego regresar al cuartel, con tus sueños de libertad y de aventura confinados en una triste oficina…

Y sigues recordando mil y una cosas... La manera en que te decidiste a darle un giro a tu vida, cambiando de rumbo casi a los cuarenta, y con un par de amigos, terminas montando una empresa de gestión integral de eventos... y, cosa extraña, funciona bien... El dinero fluye lentamente, sois capaces de invertirlo (gran parte de él, dentro de la misma empresa), y seguís creciendo... Solterón empedernido, aunque es cierto que has tenido varias amantes (no todas ellas de pago)...



Pero todo cambia una mañana del mes de marzo... Sucede como en las películas ñoñas... Estás esperando en el ascensor, para subir al ático, porque vuestras oficinas están en las dos últimas plantas de la Torre de Madrid...  Y una visión celestial se materializa a través de la puerta de cristal de seguridad…



Lo primero que ves son unos zapatos de tacón negros, muy altos... Unos gemelos y unas pantorrillas hermosas, posiblemente las más perfectamente imperfectas (tiene una pequeña cicatriz en la rodilla derecha, recuerdo de una artroscopia) que has visto en toda tu vida... Tu mirada sigue paseándose por su cuerpo, y te fijas en el sobrio corte del traje de chaqueta negro, y que la falda se detiene a mitad del muslo, como un guante... Llegas al profundo y generoso escote, la blusa de seda roja... Sus manos son pequeñas, y bien proporcionadas... El cuello, largo, exquisito, culmina en una barbilla voluntariosa, labios un poco gruesos, nariz pequeña, y ojos verde botella... Todo ello enmarcado por una exuberante melena larga, castaña... El tono de su piel es cobrizo, mezcla de sangres, y recalca su belleza...



Y mi vida entera pasa en un segundo... Mientras me decido a esperarla mientras el ascensor de paredes de cristal se detiene en la planta baja, y ella se prepara a salir... Mi corazón palpita enloquecido... y noto que un par de gotitas de sudor empiezan a descender por mi espalda...



Es ella, lo sé, por fin la he encontrado... Es la mujer de mi vida, la que llevo tantos años esperando... Pero, claro está, ella todavía no lo sabe... No tengo más remedio que emprender la aventura más difícil: conseguir que, mirándome a los ojos, compartamos una taza de café...



Mientras espero que se abran las puertas y que esta visión celestial se convierta en un ser humano, mil recuerdos casi olvidados regresan con fuerza a mi corazón… Su larga melena negra con algunas mechas azules (por aquél entonces, tenía la costumbre de teñirse el pelo), ondeando al viento en los columpios del Parque del Retiro… Las escapadas para ir a la sesión de mediodía en los cines de La Vaguada, haciendo pellas de las clases de latín… La forma en que sus pequeños y ágiles dedos cogían las patatas fritas del MD… Incluso lo raro que me sentía cuando ella, aquejada del mal de amores, se refugiaba en mis brazos, y lloraba sobre mi pecho el último desengaño… con el corazón en un puño, y con terribles palabras pugnando por salir de mis labios… “No te preocupes más, Adriana… No hay otros momentos más importantes, solo tenemos este… Si otros hombres no son capaces de apreciarte, de valorarte, de amarte… Aquí me tienes a mí… Desde el primer día me enamoré de ti, y el paso de los años no ha servido para cambiar las cosas… Si me aceptas, soy tuyo…” Por supuesto, jamás se lo dije… Quizás por cobarde… o por demasiado realista: mejor tenerla como amiga, que perderla… Además, ella lo sabía, conocía mis sentimientos, pero no los compartía…



Los momentos de extraña y absoluta confianza, porque de todas formas, me consideraba “inofensivo” al ser su mejor amigo (y ella mi única amiga, pues mi corazón siempre ha sido un reino de taifas minúsculo y elitista)… Y por eso no le daba importancia al hecho de salir a recibirme en la puerta de su casa, envuelta solamente por un blanco albornoz de algodón entreabierto… Creo que aquella fue la ocasión en que más cerca estuve de tomar la iniciativa y quitarme todas las máscaras… y también de quitarle a ella la ropa… Pero tampoco lo hice…



También me persiguen recuerdos imposibles, de escapadas hacia el mar el mes de agosto, y todas aquellas veces en que podríamos haber compartido toalla después de remojarnos en las aguas del Mediterráneo… El espejismo de las gotas de sudor deslizándose perezosas, por la curva de su espalda… El tacto de su piel bajo mis manos, mientras le pongo una nueva capa de crema bronceadora… Lo máximo que disfrutamos fue una tarde soleada en su casa, al borde de la piscina…



¿Me habrá reconocido ella, después de tantos años?¿Será posible esta vez empezar de cero (no tienen anillo de casada)? ¿Hay alguna posibilidad de que el tiempo haya modificado en algo sus sentimientos hacia mí? Porque yo, jamás he olvidado aquellos ojos... con su matiz azulado en el iris derecho... Adriana... Y en su deslumbrante sonrisa compruebo que ella tampoco me ha olvidado… Cuando se abran las puertas, quizás se desvelen algunas incógnitas… y tal vez cambie mi destino…



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