domingo, 11 de septiembre de 2011

SANGUINA DE OTRO TIEMPO

Tu imagen me persigue, inclemente como el tiempo invernal en Galicia, llena de luces y sombras, recuerdos, sueños, olores, sabores... y demasiados sentimientos... Una visión fugaz se convierte en una especie de obsesión, en leyenda que engendra misterios e historias, y termina plasmada en un dibujo, una sanguina, en la que reconozco aquél instante... Tal vez por eso , y pese a los años transcurridos, te reconozco... y por fin puedo recordar tu nombre: Marianella...

Realmente, no pasó nada entre nosotros, es más, ni siquiera me viste... Yo no era, ni sigo siendo, nada más que un peregrino en el Camino de Santiago, con agujetas hasta en las botas y los hombros muy maltratados por el peso de la mochila, la pequeña tienda de campaña, y el material del caminante solitario... Era casi el final de una larga etapa, una vez superada la localidad de Gondar, y con ese extraño sol que de vez en cuando asoma entre las nubes de los primeros días del otoño gallego, y que más que aliviarte, hace que empieces a cocerte por dentro, añorando casi los primeros kilómetros del camino, al salir de Cadavo, con las primeras luces del día... Atrás han quedado pistas de asfalto, pequeñas carreteras, la pequeña y obligatoria parada en el santuario de Nuestra Señora del Carmen, Villabade, Souto de Torres... Muchas veces, el camino es tan estrecho, tan salvaje, que te parece complicado recordar lo cerca que tienes otros grupos de peregrinos, recorriendo los mismos pasos, y con el objetivo de llegar, por fin, a Santiago de Compostela...

Nunca me han gustado las sendas trilladas, y por eso, armado con unos buenos mapas del Ejército de Tierra y una brújula, suelo tratar de evitar los tramos de saturación, con pequeños desvíos que me ayudan no tanto a ganar tiempo, pues a fin de cuentas comencé mi viaje en Roncesvalles, y no tengo fecha límite, sino tranquilidad... Para mucha gente, es una cuestión de turismo, de ... yo no lo tengo muy claro, pero está más relacionado con la necesidad de pensar, de analizar, recordar, olvidar, modificar, moldear... en una palabra, de reconstruirme... Y por eso, una vez rebasada la pequeña villa de Gondar, con sus 96 habitantes, decido alejarme un poco de los molestos turistas ingleses, que llevan ya unos cuantos kilómetros molestándome con sus "Photo, Photo!" y "Typical Spanish!"... Y que parecen desconocer el sentido de las palabras "silencio", "recogimiento", "oración"...

Sobre el mapa, localizo un pequeño sendero forestal, muy poco transitado, que se extiende paralelo a la LU-106, y en el cual se puede encontrar también un pequeño arroyo, cerca del cual podré relajarme, y encontrar un breve descanso para mis agotados pies... Comienzo pues mi andadura en solitario, disfrutando de aquellos kilómetros de soledad por delante, y al cabo de un rato, entre los árboles, distingo el riachuelo: fresco, alegre y montaraz, lleno de promesas... Que no se cumplen... Porque allí está ella..


A unos cien metros del riachuelo, se encuentran los restos de una antigua edificación, de la que se han conservado poco más que tres muros, en uno de los cuales se apoya perezosamente un árbol, dos ventanas sin marco, y una de mayor tamaño, que da a lo que antaño sería el dormitorio... Hay plantas silvestres creciendo en la base de los muros, en el poyete de la ventana, y el estado de la propiedad es de completo abandono... Por eso, tengo que mirar dos veces, para comprobar que aquella figura, de tez bronceada, que ha aparecido por sorpresa en la ventana más grande, no es una ilusión, un engaño de otro tiempo...


No sé nada de fantasmas, ni de la santa compaña... pero sé lo bastante de mujeres, para afirmar que estaba contemplando a una de las criaturas más hermosas que había tenido el placer de observar en los últimos años. "¿Qué hace una chica tan joven, tan atractiva, con ese aire inocente, lavándose al amor de la lumbre, frente a una ventana que, de repente, tiene cristales? ¿Quién es? ¿De dónde ha salido? ¿Qué hace tan sola? ¿Por qué está aquí? ¿Y qué hago yo aquí, atisbando entre las matas de jazmín, y las zarzas?" Parpadeé un par de veces, para asegurarme de que seguía allí... No me atrevía casi ni a respirar, pues a su alrededor, la casa había recuperado su aspecto de antaño, con los recios muros encalados, la puerta de tablones de madera, las ventanas con contraventanas pintadas de verde, la iluminación de los candiles de petróleo, el camino de piedra que lleva al riachuelo... Era una visión de otros tiempos... pero sobre todo, era ella quien me retenía allí, casi sin moverme, sin respirar... Pasaron largos los minutos, algunas hormigas me adoptaron como prueba especial para una ginkana, dos babosas reptaban sobre mis botas... y no me podía mover, atesorando cada detalle de la aparición, pues en aquellos momentos no me quedaba duda sobre lo que estaba contemplando... Un instante, anclado en el tiempo, y repetido quién sabe desde qué pasado incierto...


Y creo que nunca he lamentado más el no llevar cámara de fotos en mis viajes, pues estaba completamente hechizado por su belleza, como los comedores de loto de Perseo... Observar las gotas de agua deslizándose, lentamente, desde su cuello, entre sus pechos, hasta la toalla que tenía arrollada a la cintura... El lento peregrinar del agua desde su frente a los labios, descendiendo por sus brazos y goteando desde sus dedos... No sé cuanto tiempo estuve allí, mirándola... pero todo terminó a las doce de la mañana... Pues en el preciso instante en que el viento trajo desde el pueblo de Gondar el sonido del reloj de la iglesia, ella alzó la vista, por un momento me miró directamente a los ojos, susurró un triste "Adiós", y me lanzó un beso... mientras todo, la casa, las plantas y flores, los árboles, las ventanas, las luces y sombras, regresaba lentamente a su estado actual, como si un pintor hubiera realizado un "sfumato" progresivo... hasta que al final, lo último que vi fueron sus increíbles ojos negros...

Todo esto sucedió en 2004, terminé la etapa, y por curiosidad le comenté lo que me había sucedido a uno de los sempiternos viejecillos que toman el sol adosados a la pared de la iglesia del siguiente pueblo... Me dijeron algunas cosas de utilidad... Que al casa, llamada Casa Rosiña, llevaba abandonada más de cien años... Que vivieron en ella un agricultor adinerado, cuarentón, y su joven esposa, Marianella, de apenas diecisiete... Que él siempre estaba pendiente de sus movimientos, no permitía que nadie se acercase a la casa... Pero la situación se fue deteriorando entre ellos... Despidieron a los criados... Y que nunca se la volvió a ver con vida: por lo visto, en el verano de 1865, un peregrino francés se detuvo cerca del arroyo... y la vio mientras ella se lavaba, con la jofaina y la palangana... Pero Abelardo, el marido, sorprendió al peregrino, y lo degolló con su navaja de ajusticiar a los cochinos.. Y luego, entró en la casa, y sin darle tiempo ni de cubrirse, le cortó el cuello, antes de volarse la cabeza con la escopeta de postas...
Con todos los cambios que ha sufrido mi vida desde entonces, me había olvidado casi por completo de ella... Hasta que entré en la Casa de Galicia en Madrid, hace un par de horas, para disfrutar con la exposición de un joven pintor de Santiago... Los cuadros, en general, eran bastante sosos, clásicos en su concepto, pero nada que no se pudiera mejorar con el paso del tiempo, pues Ildefonso García no alcanza la treintena... Ya estaba terminando el recorrido, cuando de repente, descubrí el cuadro, y de repente me vinieron demasiados recuerdos de mi peregrinación... Movido por la curiosidad, localicé al pintor en medio de un corro de admiradoras, y me acerqué a él... "Por lo que veo, tú también la has visto, en Casa Rosiña, ¿verdad?", le pregunté a bocajarro... No creo que él pensase en la posibilidad de que alguien reconociese a su modelo, pero yo no había podido borrarla de mis pensamientos, ni tampoco su historia... Nos apartamos discretamente a un pequeño rincón cerca del cuadro, y allí estuvimos hablando un rato...
Ildefonso García me confirmó que, en efecto, había descubierto la casa abandonada junto al riachuelo en uno de sus paseos matutinos, el verano pasado durante sus vacaciones en Gondar, y que volvió varias veces, a distintas horas, para intentar verla de nuevo... También le hizo varias fotos, pero sin conseguir resultados... Me dijo que ella se materializaba solamente los martes del mes de septiembre, de las doce menos veinte hasta el mediodía (entonces recordé que precisamente fue un martes cuando la vi), y que con ella, como yo había tenido ocasión de comprobar, también revivía la casa entera... El pintor también se quedó prendado de ella, de su inocencia y su belleza natural, y por eso intentó plasmarla en un lienzo... Y el resultado fue esta sanguina, que finalmente pude comprar, y desde entonces preside la cabecera de mi cama...
Marianella...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.