viernes, 16 de septiembre de 2011

EL BAILE DE LA DUQUESA...

No recorren ya estas habitaciones, gastadas por el tiempo, los pasos ágiles y presurosos del primer baile, ya no se celebran más puestas de largo, ni presentaciones en sociedad... ni nada... Solo pequeños insectos y unas cuantas ratas dejan sus huellas al caminar por los salones desiertos, siempre huyendo de la sombra de un gato, levantando nubecillas de polvo gris y blanco...

Las enormes cristaleras, del jardín silencioso, se abren hacia una vasta extensión de oscuridad, y la luz de la luna va besando mil recuerdos, resucitando por un ratito criaturas de antaño... El viejo palacio, en el corazón de la ciudad, vuelve al pasado con la primera luna llena de mayo, mostrando sus mejores galas, para el Baile, recuperando su esplendor... por unas horas...

Aquella fue la puesta de largo de la Duquesa, a finales del siglo XIX, cuyo fantasma todavía recorre el edificio, asustando de vez en cuando a los vigilantes, buscando tal vez los recuerdos felices, de un tiempo donde todo fue mejor... Y la magia se reparte por todo el edificio, recobra el jardín su antiguo esplendor, los senderos de piedras blancas y negras, los setos recortados con escuadra, las cariátides, las estatuas, y el olor a magnolias en el invernadero, con su caverna de roca... y su fuente secreta...

Brillan de nuevo las luces de las velas en los salones, aparecen presurosos los criados con su librea blanca y roja, saludan a los dignos invitados, que suben la escalera, de mármol travertino, hasta el Gran Salón... La alta sociedad madrileña está allí, por ella, para celebrar la puesta de largo de la Duquesa, el poder y la riqueza saludan a la ambición... y los músicos empiezan con "Sangre Vienesa"...

La Duquesa, y sus padres, miran complacidos a la concurrencia, los ropajes elegantes para adornar mezquinos corazones... No falta nadie, es un auténtico éxito social, incluso el pedante redactor del "ABC"... que por una copa de cava y algo de comida, inmortalizará el acontecimiento sin dudar... Reverencias, besamanos, escuetos comentarios, corteses movimientos de cabeza... Condes, duques, barones, incluso un pariente lejano de la Regente...

Lo que no saben es que sobra alguien entre tanto boato, un pobre lechuguino se ha colado en la fiesta, un simple actor del Teatro Real, para ver de cerca a su gran amor: la Duquesa... Es tan poderoso su arrobamiento, que se le olvidan sus textos cada vez que Ella se asoma en el palco de sus padres... No se puede perder esta oportunidad, su nombre ha salido publicado en las listas de llamados a filas, en menos de dos semanas tiene que presentarse en el campamento... Por eso, accede al Palacio, utilizando un viejo túnel, uno de los muchos entre los edificios nobles de la calle de San Bernardo, sombrero y un guardapolvo...

Con su traje tomado prestado de los fondos del Teatro, y su corazón de poeta, se dirige al Gran Salón, mezclándose con ellos, los ricos y poderosos de Madrid, caminando, lentamente, hasta llegar donde está ella, "su" Duquesa... Tras el besamanos, se mantiene cerca de ella, esperando su oportunidad... Y por fin la consigue...

Un baile, tan solo uno, en el salón de los espejos, no pide más... bueno, tal vez... un beso, y se irá, tan lejos, para no volver a verla, nunca más... cuestión de clases, de pobres que sueñan... con lo que jamás podrán poseer... Su talle es estrecho, su pecho turgente, su cuello, largo y esbelto, como de cisne, su pelo, larga melena cobriza, sus labios... su piel es más blanca que el mármol de las estatuas... Ella es perfecta, y están bailando... El sueño se convierte en realidad...

Un beso, solo uno, y él moriría feliz... Faltan escasos minutos para que termine "El Dabubio Azúl", sus labios, nerviosos, se juntan durante un segundo... ¿Se romperán aquí las barreras? ¿Sentirá algo ella, por el beso? ¿Le dará una bofetada?

Entonces, estalla el escándalo en el Salón... "¡Pero si es un petimetre!¡Yo le conozco!", dice uno de los invitados... "¡Es cierto, es un actor del Teatro Real!", dice otro... Los criados salen tras él, apartando con escasas contemplaciones a los demás invitados, puesto que el joven ha cometido el mayor de los sacrilegios: besar a la Duquesa... Tienen que darle su merecido....

El joven actor baja la escalera de mármol de dos en dos, y al encontrar cerrada la puerta principal, corre por los pasillos y los salones de la planta baja... sale al jardín, perseguido también por varios amigos del Duque... con tan mala fortuna, que resbala en los escalones de mármol, y se parte el cuello... Los criados lo rodean... ¡Es un escándalo! Las autoridades no deben ser informadas... El pobre actor es enterrado al pié de un castaño de indias, en el mayor de los secretos, cuando se van todos los invitados...

A la mañana siguiente, la Duquesa pregunta por el joven, que no en vano fue su primer beso, quien sabe si de amor... "Se consiguió escapar... pero igual ha dejado Madrid...", le dicen, para no preocuparla... Y durante muchos años, ella siguió pensando en él... Su primer beso... El día de su puesta de largo...

Y notando que la embargaba una extraña sensación de tristeza, de melancolía, cada vez que pasaba bajo las ramas de aquél castaño, cerca del invernadero...

Un baile que nunca termina... Una vida arrebatada por la fatalidad... Las dudas y los recuerdos del primer beso... Y, desde entonces, todos los años, con la primera luna llena de mayo, el viejo Palacio vuelve a la vida... La Duquesa celebra de nuevo su puesta de largo... y el lechuguino, el pobre actor, se cuela en la fiesta, para bailar con su amada... y robarle un beso...

Y aquella noche en cuestión, los vigilantes desconectan las alarmas (que de todas formas saltarían por los movimientos), comunican el "código 101" a la central, y se reunen en el cuarto de los escoltas... Mientras los espíritus de los muertos apoderan del viejo palacio...

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