viernes, 9 de septiembre de 2011

EL VIAJE DE LA DÉCADA...

No me olvides..." Aquellas fueron sus últimas palabras, "no me olvides..." y, por supuesto, me olvidé...

"Piensa en mí, de vez en cuando, sabes dónde estoy", me susurró el viento desde lejos, con aquella voz de niño de nueve o diez años, asustado y con miedo a la oscuridad, a las cosas que viven en ella, las que se esconden en los armarios con las puertas semi-abiertas por la noche, o bajo esas repugnantes camas de patas altas y colchas hasta el suelo, que muchas noches tienes que levantar antes de acostarte... y llenar todo el espacio disponible con peluches que colocas bajo la colcha, y tú duermes en el canto, pegado a la pared... y tu madre te pregunta, demasiadas mañanas, "¿tienes miedo a la oscuridad?" Y por supuesto, le respondes que no, aunque ni ella ni tú os lo creéis... Siempre está la opción de coger aquél león naranja, que ha sido durante años tu mejor compañero de sueños (a veces, incluso lo usabas de almohada), y que ahora parece mucho más pequeño, cuando me observa desde encima del armario...

"No me dejes solo... Tengo miedo..." ¿Acaso no se va a callar nunca este niño?¿No me piensa dejar en paz? Hace algunos años, te habrías tapado los oídos con las manos, tal vez incluso habrías cantado una canción, por ejemplo, de "Mecano", algo que por cierto hacía bastante bien, sobre todo "Aire" o bien "Hoy no me puedo levantar", pero siempre me faltó el coraje de hacerlo fuera de casa... Ahora, es todo más sencillo: subes el volumen del MP5, y te olvidas del problema, mientras sigues alejándote...

Ya te queda poco, solo hasta la próxima curva, que por cierto no recuerdas que estuviera tan lejos... Un poquito más, y se perderá el contacto visual, y ya no podrás verlo, ni escucharlo, un niño pequeño para su edad, lleno de complejos, de miedos, de sueños (algunos tan sencillos como tener alguien con quien jugar, otros tan complicados como enamorarse), sentado a pleno sol en la parada del autobús 61, con el inevitable libro en las manos, uno de Emilio Salgari, "La Perla Negra", o puede que "Morgan"... Pero no dejan de ser dos manzanas enteras, y luego, en Serrano, lo perderás de vista...

No te quieres dar la vuelta, estás seguro de que te estará mirando, con esos ojitos marrones y sus gafas de pasta, y quizás, incluso alguna furtiva lágrima (nada que ver con el aria cantada por D. Alfredo Kraus). Él casi nunca llora en público, es una de tantas cosas que reserva para la intimidad de la noche, como soñar con que alguien le quiera, sobre todo "ella", sea quien sea en aquél momento... Pero al final, lo haces, te das la vuelta, le das un par de caladas al cigarrillo, y levantas la mano derecha, como último saludo... Él hace lo mismo... Se acerca el autobús, con destino al olvido, y él se sube... Y le acompañan mil pequeños momentos mediocres; demasiados de puro terror, soledad, pánico y tristeza; breves destellos de auténtica y desenfrenada felicidad; y, por lo menos hasta aquél momento, una necesidad de amar y ser amado, y de no estar ni sentirte solo... Es curioso ver cómo se marcha una parte de ti, casi diez años de tu vida, y que los recuerdos se van al limbo en autobús de línea, con los de otras personas: al mirar por las ventanillas cuando te adelanta, te parece ver incluso a tu vecina del noveno, "la de la mochila azul... y ojitos dormilones", como decía la canción...

Nadie sabe a dónde van aquellos autobuses de línea, que recorren la ciudad con horarios fijos, recogiendo todas aquellas cosas que necesitas olvidar, aquellas partes de ti que no necesitas, pero desde que vi "The wall" por tercera o cuarta vez, creo que con ellos hacen salchichas, o directamente, abono para los jardines de sueños... De todas formas, no me queda mucho tiempo, lo sé... En la calle Serrano, aparcado justo delante de la imprenta donde trabaja Sonia, hermosísima criatura de labios de fresa y piel de terciopelo, adicta a los "Mon Chéri", está aparcado "Copito" (también llamado "Otipoc" cuando está sucio), mi querido Renault 6 TL, heredado de mi padre, que habíamos dado de baja hace muchos años. En mi mano aparece la llave, abro la puerta del conductor, y al mismo tiempo, se abre la del pasajero, y entra ella, mi segundo amor, la razón de que sobreviviera a la adolescencia, la mejor amiga que he tenido... cuyo único defecto fue no enamorarse de mí... Se inclina hacia mí, me da un beso, muy leve, en los labios, y me pregunta "¿Nos vamos?" "Sí, pero antes, ponte el cinturón..." Arranco muy despacio, cambio de marchas, y en el paso de cebra, una visión más avejentada de mí mismo cruza por delante de nosotros: menos pelo, algo más gordo, un par de libros azules en las manos, y una extraña sonrisa, quizás de triunfo, o de revancha... Por supuesto, reconoce el coche, se acerca a la ventanilla del pasajero, y le entrega a ella uno de los libros azules: es una novela, "Historias a media voz. (Memorias amorosas de una década en la radio)" y me dice que ya está a la venta en librerías...

Ha caído la noche, en la vieja radio suena una cinta de "Dire Straits"... Ella sube el volumen, y emprendemos el camino, hacia el mar... Es uno de tantos proyectos que jamás realizamos cuando éramos jóvenes, y por eso, ahora, como despedida de una de las etapas más importantes de mi vida, desde los trece años, hemos quedado para realizarlo... Lo único bueno de hacerte mayor, es que puedes escoger con quién realizar el viaje hasta el olvido, y también el medio de transporte, así como el destino... Viajamos toda la noche, que mi querido "Copito" (el nombre se lo pusimos mi hermana y yo, por la serie de "Heidi") no podía pasar de ciento treinta, hablando, escuchando el silencio de la noche, por la autopista desierta... Paramos un par de veces, aproveché para fumar, pues en aquél momento de la realidad yo seguía fumando como un carretero (tendría veinte años, como mucho), a tomar un café (ella optó por una infusión), y alcanzamos nuestro destino, el pueblo de Cullera. Aparcamos junto a los apartamentos donde yo solía veranear con mi familia durante casi toda la infancia... Salimos del coche, que empezó a desvanecerse muy lentamente, y caminamos hasta la playa... Me quité las botas y los calcetines, la arena estaba helada por contraste, y ella también se descalza. Me mira, y sonríe... Está a punto de amanecer, lo noto en los huesos... y también sabemos que falta muy poco tiempo... Dejamos caer el calzado sobre la arena y, como siempre soñé, nos abrazamos y fundimos en un largo y eterno beso, mientras desaparecemos en el viento...

Más o menos cada diez años, llega el momento de hacer limpieza, de personas, lugares, sentimientos, recuerdos, porque se convierten en un lastre a la hora de seguir viviendo. No quiere decir, ni mucho menos, que las olvides... Con treinta años, y demasiadas amarguras en el corazón, escogí ser nuevamente un niño de ocho o nueve años, aunque estaba acompañando el alma de mi abuelo en su último viaje, y me despedía para siempre de tantas cosas... Cogimos un autobús "especial" hasta el Retiro, me alquiló un triciclo de inmenso manillar, sillon de cuero y poca estabilidad y, mientras leía su "País" sentado al sol debajo de un banco, con su eterna txapela y sus gafas de pasta, se fue diluyendo en el sol y el viento... y yo jugaba a ser niño... y le saludé con la mano, mientras los dos desaparecíamos...

Ahora, con cuarenta y un años, se aproxima un nuevo viaje, en este caso, hacia el olvido... del que no hay retorno posible... Son ya demasiadas decepciones, sentimientos, desilusiones, mentiras, tristezas, que necesito olvidar... Aunque igual soy yo mismo... el que no vuelve... Pero bien sabe Dios que tengo destinos a los que acudir, en mi viaje hasta el extremo de la noche... y todos ellos son puertos de mar...

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