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viernes, 30 de marzo de 2012

LA ESCAPADA DEL QUINCE DE MAYO

¿Quién puede juzgarles, cuando solamente han perseguido un sueño? ¿Acaso tú puedes realmente, después de tantos días, horas, semanas y meses... después de tantos sentimientos descubiertos, en lo más profundo de sus corazones, y que de repente han subido a la superficie, de un día para otro... acaso puedes tú sentirte moralmente superior, y condenarles?


Es cierto que al principio, todo fue una historia de amor virtual, nacida en la red, a través de una amiga, por lo tanto, hija del azar... y quien sabe, si del destino... ¿Dos almas antiguas que se vuelven a encontrar? Creo que es la única explicación válida, sin importar que decenas de películas, miles de canciones, y quién sabe cuántos libros o poemas, puedan servir de pretexto... Pero también para estos dos amantes, como tantos otros anteriormente, y otros muchos después, sólo existen sus sentimientos, el hecho de descubrir tantas cosas en común, que les parece imposible no haberse encontrado antes, hasta aquél periodo en el que la vida no les ofrece, por desgracia, otro camino que el de permanecer fieles: a su familia, a los convencionalismos, a las comodidades, a sus parejas, a sus amores, a sus deberes... y a todas las pequeñas cosas que forman la rutina...


Sin embargo, en su imaginación, ellos son libres... y también, en la web...Es cierto, él es más viejo que ella, seis años nada más, y trabaja en un centro para niños especiales: con enormes cantidades de amor, de juegos, de actividades al aire libre, consigue, muchas veces, devolverles las ganas de vivir... Los niños proceden, casi todos, de familias destruídas, en las cuales la violencia, el sufrimiento, la desesperación, han sembrado de tristeza su vida, borrándoles, para siempre, la sonrisa... Él está casado, tiene una hija de veinte años, una casa medio pagada, y una mujer a quien no está muy seguro de seguir amando... Se llama Valentín, vive en Toledo, y nació un catorce de febrero, una explicación más que suficiente para su carácter tan especial, una peligrosa mezcla de pragmatismo... y de romanticismo...

Ella se llama Valentina... y también por casualidad, ha nacido un catorce de febrero... Trabaja en París, en una oficina que es a su vez una filial de la BNP, en el departamento jurídico... Valentina dedica por lo tanto, casi toda su jornada al estudio de ficheros, informes, facturas, exponiéndose al mismo tiempo a mil tristezas y desesperaciones... Cuando sale de la oficina y vuelve a casa que comparte con su marido (un prestigioso cirujano... pero un esposo y un amigo mediocre) y con su gato. Su hino, Adrián, está terminando el instituto en Suiza...

En efecto, son tan parecidos, pero al mismo tiempo tan distintos, que el hecho de encontrarse eram sobre todo, una cuestión de tiempo... Valentín y Valentina... Sin embargo, fue la sobrina de Valentín quien les puso en contacto, a través del caralibro... María, diecisiete años, fan de Pink Floyd y de Nino Bravo, con dos canarios (Tweet y Tweety), y una tortuga (Burocracia), también es una romántica empedernida: ella tiene la "culpa" de esta relación ilícita, que empieza a dar frutos desde el intercambio de las primeras fotos, de las primeras canciones.. "Señor, es cierto que tiene unos ojos preciosos", piensa Valentina... "Podría enamorarme de esa sonrisa", afirma Valentín... Y después de los ojos y la sonrisa, vino el resto: los brazos, las orejas, la pequeña nariz de Valentina, pero sobre todo, ese aire de eterna adolescente... y la cara, las manos, de Valentín, con ese aire de rufián un poco envejecido...

Al principio, sus conversaciones eran completamente intrascendentes, sobre literatura, cine, deportes, ocio... pero lentamente, sin darse cuenta, descubrieron sus pasiones comunes: el mar... la literatura... y después, el amor... ¿Quién se acuerda, realmente, del comienzo de una relación? ¿Del momento en que una amistad sincera se convierte, realmente, en el principio de un amor? De cualquier modo, ni Valentín ni Valentina se dieron cuenta... hasta el momento en el cual Valentín empezó a sonreir, en su trabajo, cada vez que recordaba su cara... o cuando Valentina se da cuenta de que su humor cambiaba cada tarde, según se acercaban las siete... pensando en entrar en el caralibro y en mandarle el pequeño y absurdo mensaje: "¿TAS?", para que él respondiese "TOI"...

Al final, Valentín aceptó que ese extraño sentimiento que le obligaba a sonreir, a soñar, a olvidar pequeñas cosas, tenía sin embargo un pequeño nombre muy fácil de recordar: amor... Se había enamorado de ella, pero no era esa sensación imperiosa que había destruido su corazon tantas veces... ni mucho menos... Era más bien esa complicidad, nacida de la experiencia, de la desilusión, de las pequeñas decepciones cotidianas... Le tocaba a él, por lo tanto, efectuar el primer movimiento, expresar lo que sentía con un "Valentina, sabes... creo que me he enamorado de tí... de tu carácter... de tu personalidad... de tus ojos... Me fascinas..."

¡Dios mío, lo largos que fueron aquellos minutos, antes de obtener su respuesta! y esta fue: Yo también... Al menos, ella respondió con prudencia, pues se trataba evidentemente de una situación muy complicada... Es cierto que Valentina ya no era feliz con su marido, que la relación atravesaba un momento especialmente complicado... Y que lo mismo podía decirse de Valentín... Siguieron por lo tanto con su amistad, con las canciones, los mensajitos, como los adolescentes que, habiendo superado el momento más difícil, saben que el resto del camino será más agradable y placentero... Las palabras más complicadas ya habían abandonado sus labios, y el resto del camino sería más fácil, pues los sentimientos más complicados ya habían sido expuestos bajo la luz de la Razón y la Tradición, de la Moral, de la Dignidad...pero sin resolver por ello sus problemas, ni modificar su vida... y dependiendo, cada día un poco más, de los mintutos arrancados al sueño para estar juntos...

Algunas semanas después, Valentín lanzó la bomba: "¿Y si nos vemos en San Sebastián? Es una ciudad maravillosa... Solamente un viaje cortito, ida y vuelta en el día, con un billete low-cost... Piensa en ello, sería una forma muy hermosa de reconocerse..." Decir que Valentina se sobresaltó al leer aquellas líneas, sería quedarse corto... si bien es cierto que la idea no carecía de atractivo... De todas formas, respondió: "¿Estás loco? ¡Es cierto, los dos estamos casados... pero cada uno con su pareja, y no entre nosotros!"... Mas pese a todo, la idea empezaba a gustarle...

A principios de abril, con los primeros atisbos de la primavera, las primeras flores aparecen en el Bois de Boulogne, más o menos el mismo día que Valentina decide que está hartta de su marido (que la ignora), de su hijo (siempre ausente), de su jefe (un auténtico imbécil... característica al parecer muy común)... Y por todo ese conjunto de razones, Valentina le envió un mensaje a su enamorado: "¿Podrías reunirte conmigo en San Sebastián, el quince de mayo? Ya te he comprado el billete, y te lo he mandado por mail, los dos llegaremos a las ocho de la mañana... Y volveremos a nuestras vidas con el de las diez y media de la noche... El resto del día, lo pasaremos juntos..." Os podréis imaginar su respuesta, ¿no?... "Allí estaré..."

Los días pasan, lentos, grises, aburridos, salvo los momentos, más bien las horas, que pasaban hablando de todo y de nada, de la extraña sensación de conocerse desde hace mucho tiempo, en otra vida, de la impresión de haber vivido y envejecido juntos, quién sabe... Dos almas gemelas que se vuelven a encontrar, una vez más...

Y el decimoquinto día del mes de mayo, San Isidro para más señas, llegó finalmente para Valentín y Valentina... Al principio, la situación era ligeramente cómica, pues ninguno de los dos se atrevía a acercarse demasiado al otro... Fue por lo tanto un intercambio de miradas, los dos con un extraño brillo en los ojos, mas al final, fue Valentina quien se acercó a él, besándole en las mejillas, y diciendo: "Pareces mucho más joven con esa luz..." El día era magnífico, la ciudad se había engalanado para los amantes, y el sol lucía espléndido... en los ojos de Valentín... y de Valentina...

Fue un día memorable, caminando de la mano, a lo largo de la Playa de la Concha, mirando escaparates, admirando el encanto señorial de las tiendas de lujo, el ambiente decadente de algunas tabernas, bebiendo "txiquitos" y disfrutando de la gastronomía local... Y buscando refugio en una encantadora pensión, que ambos conocían de otro viaje, durante varias horas de una tarde de primavera... Hace años que ninguno de ellos se desnudaba delante de otra persona, pero entre caricias, y besos, terminó en el suelo la última prenda de ropa... Y buscaron refugio entre las sábanas... Amándose como si no hubiera un mañana, pero a la vez, como un regreso al pasado... Y terminando su aventura bajo la ducha, para después secarse con mimo el uno al otro, y en aquél momento, recuperar el pudor... Dos almas gemelas que, habiendo tocado el paraíso durante doce horas, tenían que separarse una vez más... con un beso en los labios, en el último momento... y el recuerdo del cuerpo del otro en sus brazos, del calor de su piel, para el resto de sus vidas...

¿Quién puede entonces juzgarlos, por su pequeña escapada hacia el País Vasco? ¿Quién tiene el derecho de establecer los límites de la moralidad? ¿Y si por esas horas de comunión, de intercambio, han conseguido equilibrar sus universos? ¿Si con esta comunión de las almas entre las sábanas, han fortalecido, para siempre, su amor? Es cierto que todavía son jóvenes, y que se reunirán otras veces, en París, con la familia, pues Valentín se acuerda de las crépes que ha comido hace más de veinte años, al pié de la Torre Eiffel... Quién sabe, igual sus hijos se hacen amigos... Y ellos seguirán hablando, de todo y de nada, en la web...
Pero siempre se acordarán de aquella escapada del quince de mayo... de ese día perfecto que han compartido en una ciudad maravillosa: San Sebastián... y de haber confirmado que las almas antiguas pueden, a veces, volver a encontrarse...

viernes, 9 de septiembre de 2011

VIAJANDO POR UN SUEÑO

En el silencio de la madrugada (hoy tampoco consigo dormir...), escucho decenas de voces, aunque no muchas de ellas son humanas... De cualquier forma, creo que el concepto de "humanidad" está un poco anticuado, ya que, solo en el aspecto de los sentimientos, los perros y los gatos están bastante más evolucionados que nosotros... He abierto la ventana un poco, para escuchar mejor los murmullos del jardín de la comunidad... Son las cuatro de la madrugada, no hay coches (es la madrugada del viernes), y el autobús de los borrachos no ha desembarcado su cargamento... sí, el mismo cargamento de homínidos por el cual siempre estoy más tenso cualquier mañana de sábado que me toca trabajar... Y coger el coche...

Para no molestar a mi mujer, que duerme a pata suelta, me instalo en el despacho, enciendo la "presunta" lámpara de plasma y, en la semi-oscuridad, me pongo a pensar... No, no es nada serio, que para eso ya tengo los blogs... El cansancio es demasiado grande, dentro de un rato, cogeré de nuevo el metro, no tendré más remedio que compartir mi espacio con viajeros de ambos bandos, los que trabajan y los que vuelven de juerga...

Ya ni siquiera recuerdo la última vez que volví a casa después de la medianoche, creo que fue aquella tarde que fui al cine ("Cisne negro", una hermosa película, Natalie Portman está espectacular, y el número final es de lo mejor que he visto en muchos años... casi tan bueno como en la película "Noches de Sol") con mi mejor amigo y su novia, y luego, cenamos en una pizzería, y quizás ni siquiera habían terminado de sonar las campanadas cuando entré en el piso... Me libré por muy poco de convertirme en ratón de campo en el vagón de metro, algo como "Ratatouille", pero menos glamouroso... Nuestro gato ya está informado hace mucho tiempo de mi metamorfosis mensual... y de todas formas, ya está bastante ocupado persiguiéndose la cola, pues para su desgracia, se convierte en caniche francés... de color rosa... Menos mal que es algo que solo nos pasa las dos primeras noches de luna llena de cada mes...

Una lenta procesión de espectros busca, en vano, su lugar de descanso en la última trinchera, algunos de ellos me saludan al pasar, yo les respondo cordialmente... Olvidando que hace meses fueron todos identificados y trasladados al nuevo "Panteón de los Héroes", juno a la vieja Iglesia y al cementerio abandonado ... y culminando la trágica historia de "La trinchera"... Las excavaciones arqueológicas, encabezadas por la Comisión para la Memoria Histórica según la "presunta" carta de mi abuelo, permitieron devolver la paz en los jardines de la Comunidad y en la calle de Manuel Aguilar Muñoz, donde estaba localizado el último bastión... Es cierto, el sacrificio de las tropas republicanas, para permitir la salida del tren con refugiados en aquellos últimos días de la Batalla de Madrid, no terminó bien por la traición de los políticos franceses... que ni Dachau ni Mathausen fueron centros de recreo...

En la cocina, me preparo una infusión, pues de todas formas, a las seis de la mañana sonará el despertador, reclamándome para el mundo real... Es una lástima que no exista el teletransporte (sin embargo, tenemos un "telebotellón", "telepizza", "telefarmacia", "teleabogados", "teleabuelo", "teleputas", "telehostia"...) pero, como otras muchas veces, desearía fervientemente que existiera...

Son casi las cinco y media de la mañana, debe estar a punto de amanecer, junto a la costa... Imagino los primeros rayos del sol, rielando sobre el mar en calma, como si quisieran despertar muy lentamente al mundo...Creo que me adormilé, pues de repente, estaba allí... Imagino la suave brisa acariciando mi cara, como si fueran sus manos, pero algo menos frías... Desde la orilla, sentado sobre una roca, asisto al más glorioso espectáculo del mundo... Dos gaviotas madrugadoras se lanzan en picado hacia una papelera rebosante (nota: informar al Ayuntamiento), y una tercera parece estar comiéndose lo que espero no sea el vómito etílico de algún borracho... El olor a yodo invade mis fosas nasales, y en aquél momento, como todas aquellas veces en las que he llegado tan lejos en el viaje, me desprendo, por segunda vez, del cuerpo, y me quedo en la playa, con los ojos cerrados... mientras mi alma parte en su busca...

La primera vez fue mucho más complicado, no tenía su dirección a mano... y de todas formas, no se ha inventado todavía un "GPS" para el plano astral... Tuve que regresar varios días, releer varias veces todas sus cartas, para impregnarme de ella, mirar sus fotos una y otra vez, pues cada vez que suena el despertador, regreso a la vida real... Una vez, aparecí en casa de sus padres... otra, en la de su hermano (por cierto: han pasado ya tantos años desde la última vez que nos vimos, que me costó mucho reconocerle)... luego, en un piso que utilizaron durante varios meses... Pero al final, conseguí su dirección actualizada, y pude colarme en su dormitorio... Unas pequeñas estrías en las comisuras de los labios, creo que de tanto sonreír, y unas diminutas arrugas en los ojos, eran la única diferencia perceptible... Al tratarse de un viaje astral dentro de otro, no podía manipular los objetos, era poco más que un fantasma (o poco menos, según se mire), pero sí era capaz de besarla, de probar aquellos labios con los que seguía soñando décadas después... Y la besé, inclinándome suavemente sobre ella...

En aquél momento, dieron las seis de la madrugada, el teléfono móvil empezó a cantar fados, lo apagué deun manotazo, y comencé de nuevo la rutina: ducha de agua helada, suplemento vitamínico, una taza de café con leche de soja, y a currar...

Otra noche más sin sueños.. Otro amanecer en la Costa... Otro beso robado... Daría lo que fuera por ver otra vez sus bellísimos ojos abiertos... Mas de momento, solo puedo alcanzarla mientras ella también está sumida en el mundo de los sueños...

EL VIAJE DE LA DÉCADA...

No me olvides..." Aquellas fueron sus últimas palabras, "no me olvides..." y, por supuesto, me olvidé...

"Piensa en mí, de vez en cuando, sabes dónde estoy", me susurró el viento desde lejos, con aquella voz de niño de nueve o diez años, asustado y con miedo a la oscuridad, a las cosas que viven en ella, las que se esconden en los armarios con las puertas semi-abiertas por la noche, o bajo esas repugnantes camas de patas altas y colchas hasta el suelo, que muchas noches tienes que levantar antes de acostarte... y llenar todo el espacio disponible con peluches que colocas bajo la colcha, y tú duermes en el canto, pegado a la pared... y tu madre te pregunta, demasiadas mañanas, "¿tienes miedo a la oscuridad?" Y por supuesto, le respondes que no, aunque ni ella ni tú os lo creéis... Siempre está la opción de coger aquél león naranja, que ha sido durante años tu mejor compañero de sueños (a veces, incluso lo usabas de almohada), y que ahora parece mucho más pequeño, cuando me observa desde encima del armario...

"No me dejes solo... Tengo miedo..." ¿Acaso no se va a callar nunca este niño?¿No me piensa dejar en paz? Hace algunos años, te habrías tapado los oídos con las manos, tal vez incluso habrías cantado una canción, por ejemplo, de "Mecano", algo que por cierto hacía bastante bien, sobre todo "Aire" o bien "Hoy no me puedo levantar", pero siempre me faltó el coraje de hacerlo fuera de casa... Ahora, es todo más sencillo: subes el volumen del MP5, y te olvidas del problema, mientras sigues alejándote...

Ya te queda poco, solo hasta la próxima curva, que por cierto no recuerdas que estuviera tan lejos... Un poquito más, y se perderá el contacto visual, y ya no podrás verlo, ni escucharlo, un niño pequeño para su edad, lleno de complejos, de miedos, de sueños (algunos tan sencillos como tener alguien con quien jugar, otros tan complicados como enamorarse), sentado a pleno sol en la parada del autobús 61, con el inevitable libro en las manos, uno de Emilio Salgari, "La Perla Negra", o puede que "Morgan"... Pero no dejan de ser dos manzanas enteras, y luego, en Serrano, lo perderás de vista...

No te quieres dar la vuelta, estás seguro de que te estará mirando, con esos ojitos marrones y sus gafas de pasta, y quizás, incluso alguna furtiva lágrima (nada que ver con el aria cantada por D. Alfredo Kraus). Él casi nunca llora en público, es una de tantas cosas que reserva para la intimidad de la noche, como soñar con que alguien le quiera, sobre todo "ella", sea quien sea en aquél momento... Pero al final, lo haces, te das la vuelta, le das un par de caladas al cigarrillo, y levantas la mano derecha, como último saludo... Él hace lo mismo... Se acerca el autobús, con destino al olvido, y él se sube... Y le acompañan mil pequeños momentos mediocres; demasiados de puro terror, soledad, pánico y tristeza; breves destellos de auténtica y desenfrenada felicidad; y, por lo menos hasta aquél momento, una necesidad de amar y ser amado, y de no estar ni sentirte solo... Es curioso ver cómo se marcha una parte de ti, casi diez años de tu vida, y que los recuerdos se van al limbo en autobús de línea, con los de otras personas: al mirar por las ventanillas cuando te adelanta, te parece ver incluso a tu vecina del noveno, "la de la mochila azul... y ojitos dormilones", como decía la canción...

Nadie sabe a dónde van aquellos autobuses de línea, que recorren la ciudad con horarios fijos, recogiendo todas aquellas cosas que necesitas olvidar, aquellas partes de ti que no necesitas, pero desde que vi "The wall" por tercera o cuarta vez, creo que con ellos hacen salchichas, o directamente, abono para los jardines de sueños... De todas formas, no me queda mucho tiempo, lo sé... En la calle Serrano, aparcado justo delante de la imprenta donde trabaja Sonia, hermosísima criatura de labios de fresa y piel de terciopelo, adicta a los "Mon Chéri", está aparcado "Copito" (también llamado "Otipoc" cuando está sucio), mi querido Renault 6 TL, heredado de mi padre, que habíamos dado de baja hace muchos años. En mi mano aparece la llave, abro la puerta del conductor, y al mismo tiempo, se abre la del pasajero, y entra ella, mi segundo amor, la razón de que sobreviviera a la adolescencia, la mejor amiga que he tenido... cuyo único defecto fue no enamorarse de mí... Se inclina hacia mí, me da un beso, muy leve, en los labios, y me pregunta "¿Nos vamos?" "Sí, pero antes, ponte el cinturón..." Arranco muy despacio, cambio de marchas, y en el paso de cebra, una visión más avejentada de mí mismo cruza por delante de nosotros: menos pelo, algo más gordo, un par de libros azules en las manos, y una extraña sonrisa, quizás de triunfo, o de revancha... Por supuesto, reconoce el coche, se acerca a la ventanilla del pasajero, y le entrega a ella uno de los libros azules: es una novela, "Historias a media voz. (Memorias amorosas de una década en la radio)" y me dice que ya está a la venta en librerías...

Ha caído la noche, en la vieja radio suena una cinta de "Dire Straits"... Ella sube el volumen, y emprendemos el camino, hacia el mar... Es uno de tantos proyectos que jamás realizamos cuando éramos jóvenes, y por eso, ahora, como despedida de una de las etapas más importantes de mi vida, desde los trece años, hemos quedado para realizarlo... Lo único bueno de hacerte mayor, es que puedes escoger con quién realizar el viaje hasta el olvido, y también el medio de transporte, así como el destino... Viajamos toda la noche, que mi querido "Copito" (el nombre se lo pusimos mi hermana y yo, por la serie de "Heidi") no podía pasar de ciento treinta, hablando, escuchando el silencio de la noche, por la autopista desierta... Paramos un par de veces, aproveché para fumar, pues en aquél momento de la realidad yo seguía fumando como un carretero (tendría veinte años, como mucho), a tomar un café (ella optó por una infusión), y alcanzamos nuestro destino, el pueblo de Cullera. Aparcamos junto a los apartamentos donde yo solía veranear con mi familia durante casi toda la infancia... Salimos del coche, que empezó a desvanecerse muy lentamente, y caminamos hasta la playa... Me quité las botas y los calcetines, la arena estaba helada por contraste, y ella también se descalza. Me mira, y sonríe... Está a punto de amanecer, lo noto en los huesos... y también sabemos que falta muy poco tiempo... Dejamos caer el calzado sobre la arena y, como siempre soñé, nos abrazamos y fundimos en un largo y eterno beso, mientras desaparecemos en el viento...

Más o menos cada diez años, llega el momento de hacer limpieza, de personas, lugares, sentimientos, recuerdos, porque se convierten en un lastre a la hora de seguir viviendo. No quiere decir, ni mucho menos, que las olvides... Con treinta años, y demasiadas amarguras en el corazón, escogí ser nuevamente un niño de ocho o nueve años, aunque estaba acompañando el alma de mi abuelo en su último viaje, y me despedía para siempre de tantas cosas... Cogimos un autobús "especial" hasta el Retiro, me alquiló un triciclo de inmenso manillar, sillon de cuero y poca estabilidad y, mientras leía su "País" sentado al sol debajo de un banco, con su eterna txapela y sus gafas de pasta, se fue diluyendo en el sol y el viento... y yo jugaba a ser niño... y le saludé con la mano, mientras los dos desaparecíamos...

Ahora, con cuarenta y un años, se aproxima un nuevo viaje, en este caso, hacia el olvido... del que no hay retorno posible... Son ya demasiadas decepciones, sentimientos, desilusiones, mentiras, tristezas, que necesito olvidar... Aunque igual soy yo mismo... el que no vuelve... Pero bien sabe Dios que tengo destinos a los que acudir, en mi viaje hasta el extremo de la noche... y todos ellos son puertos de mar...

miércoles, 24 de agosto de 2011

CIUDAD DE INCIENSO Y NIEBLA

Una mirada fue suficiente, en la habitación se hizo el silencio, incluso el respirador gorgoteaba con menos fuerza... Sus ojos eran tan brillantes, una clara expresión de su deseo, frente a la verdad revelada e inevitable de la muerte... Lo primero que él hizo fue cerrar la puerta de la habitación del hospital, con unas pequeñas cuñas de plástico de la ferretería... y luego desconectó el detector de humo... que de algo tenía que servirle toda una vida haciendo instalaciones similares, en casi todos los edificios oficiales de la ciudad... que solo de magia es muy complicado vivir...


En aquél momento, se quitó la chaqueta y, como todo mago que se precie, se arremangó el jersey de cuello vuelto negro y, de su chistera (que aparecío misteriosamente entre sus manos), sacó un ramo de flores de trapo, un conejo de peluche (que le entregó a la niña), y un pebetero de cobre, sobre un platito de obsidiana, que su vez instaló sobre una típica mesa de cafetería, redonda, de tapa azul, y sostenida por tres larguísimas patas de araña... Ahora bien.. ¿cómo podían salir tantas cosas de una chistera? Misterios de la magia...


Todo estaba listo, para el último viaje... Flexionando el pulgar derecho, el mago encendió su dedo meñique izquierdo y, antes de prender aquella mezcla de sustancias que llenaba el pebetero, miró fijamente a la niña, y ella asintió... y tras esto, pronunció una sola palabra, que resumía todos sus deseos: "París..." El mago, o ilusionista, o brujo, encendió la mecha, y un extraño fuego, lleno de matices verdes y azulados, surgió en el pebetero... La columna de humo empezó a subir hasta el techo, y luego, a expandirse desde arriba hasta el suelo, por toda la habitación... Y en su interior comenzaron a surgir sombras, y luces... y árboles... y farolas... Estaban en medio del "Bois de Boulogne", de vez en cuando se cruzaban con alguien... Salvo que en este viaje, ella iba vestida de rojo, con zapatos y capa a juego (para que no cogiera frío) y el mago la llevaba de la mano... Sobre todo, puede caminar, y tiene una larga melena rubia... La niebla, húmeda y con sabor a incienso, les envuelve y les protege... y les oculta...


"Tour Eiffell"... Y allí aparecen, a los pies de la vieja dama, admirando su enorme tamaño, y sintiéndose tan pequeños, y sobre todo, tan jóvenes... La niña camina hacia las vigas inferiores, son macizas, muy frías, pero suficientes para aguantar su peso... "Arriba"... Y los dos suben en el ascensor... La vista es impresionante a pesar de la niebla, solo aparecen los tejados más altos, y ni siquiera con el catalejo de cobre (que él saca de un bolsillo del abrigo) se consigue ver algo más que las veletas y pináculos del Louvre y las ventanas iluminadas de las buhardillas decimonónicas, y algunos monumentos, como el Arco del Triunfo... Se quedan en lo más alto varios minutos, rodeados por las sombras, y ella dice "Notre Damme"... Y aparecen en lo más alto de los tejados, ella se agacha para tocar las planchas de cobre que mantienen algo de calor residual, de aquél sol latente… Empieza a hacer frío, y como la niña de once años que sigue siendo incluso consumida por la enfermedad, baja corriendo por las escaleras de la torre, perseguida por el fantasma de su risa… y el mago la está esperando abajo, con una sonrisa en los labios… Al entrar en la catedral huele mucho más a mirra e incienso, suena el gran órgano con la "Tocata y fuga" de Bach, y ellos dos parecen estar solos, aunque escuchan algunos ruidos de los demás asistentes, que siguen ocultos por la extraña niebla... El tiempo no acompaña, pero tienen por delante otras dos paradas: un pequeño paseo por el Louvre, para admirar la "Victoria de Samotracia" y "La última cena"... y una pausa, ella quiere conocer y despedirse de "Les Nymphéas" de Monet... Cuando ella se acerca a cada uno de los cuadros, la niebla se desvanece, protegiéndola al mismo tiempo del mundo y de sus habitantes… Allí se quedan un largo tiempo…


Por primera vez desde el comienzo del viaje, él habla, y su voz es dulce, cálida, tranquilizante... "Ya es hora... Tenemos que volver"... Ella sonríe, murmura un suave “Gracias…” y besa el marco del cuadro más cercano…


Y regresan a la habitación del hospital... Con un gesto de la mano, la niebla y el humo del pebetero desaparecen, y el aire se despeja... Otro gesto, y el los complementos (chistera, pebetero, plato, mesilla, tapete) se introducen en la chistera, y ésta desaparece en el bolsillo posterior del pantalón del mago... Menos la flor de tela azul y el conejo, como regalo y recuerdo…


Muy despacio, él se acerca a la niña, y con gran mimo, le retira el gorro, y acaricia su cabecita calva... Ni la quimio ni la radio han servido para nada... "Un beso"... Sus labios se juntan, entreabiertos... sus ojos se cierran... su corazón se para... y su mano izquierda cae, laxa, por el lateral de la cama... Con sumo cuidado, él la toma entre las suyas, mientras el calor abandona el cuerpo de la niña, y coloca ambas manos sobre su pecho...


Un último viaje para una niña enferma... un sueño que se cumple... y la muerte gana y pierde... Con un chasquido de los dedos, desaparece, dejando tras de sí un leve olor a incienso, mirra y niebla... Y una rosa azul sobre el pecho de la pequeña... y un conejo de peluche blanco...