lunes, 19 de marzo de 2012

UNA CRIATURA ANGELICAL...¿O NO?

Ella...

Me gustan los ojos grises, y las miradas con ese toque de picardía, de inocencia, que al mismo tiempo te hacen sentir único en el planeta, por no decir en el Universo, cada vez que te miran... Me sobrecoge encontrármelos así, en la pantalla, después de tanto tiempo... Y recordar al mimo tiempo su hermosa, perfecta, exquisita nariz... Sus finos y cárdenos labios... Y sus dientes, tal vez un poquito grandes o desparejos... Toda ella era la belleza de lo levemente imperfecto... tal y como era cuando nos conocimos...



Por supuesto, como experimentado buscador en la red de fotos para ilustrar mis relatos y mis cuentos, sabía que había una ínfima posibilidad de que surgiera precisamente esto, que alguien subiera a cualquiera de las bases de fotos una de las suyas... y que al introducir los parámetros "chica morena con ojos grises", volviera a aparecer en mis pesadillas, o que sentiría de nuevo la terrible ansiedad, de esas que te oprime el corazón y parte de los pulmones... Pero así ha sucedido, hace una semana... Y ahora, no me queda más remedio que contaros su historia... o tal vez, nuestra historia... Eso es algo que debéis juzgar vosotros mismos...


Michaela y Mr. Arthur

Fue durante el último verano que pasamos, toda la familia, en la playa, en agosto de 1988, en la playa de Cullera... Éramos un poco la familia Telerín: papá, mamá, el abuelo, mi hermana, y yo... bueno, además de dos maletas de libros, las sillas de playa, la sombrilla y mil cosas más que se pueden acarrear para quince días en la playa... Por aquél entonces, la costa no la habían explotado en exceso, y en algunas zonas, sobre todo si escogías bien la orientación, podías disfrutar de amplias extensiones de arena, con algunos juncos y cañas de aditamento, y, por supuesto, el mar... Claro está, para disfrutar de aquellos momentos de tranquilidad, de tener cielo, mar y tierra para ti, era necesario madrugar un poco... Me gustaba pasear, y sentirme un poco el único adolescente vivo, o tal vez el último, cualquiera sabe...



Y de repente, al margen del ruido de las máquinas de limpieza de la playa, la veo a ella, sentada sobre la arena blanca, con su biquini negro... Justo en ese momento, un rayo de sol perforó la capa de nubes y fue a caer, no justo donde estaba ella sentada, sino a unos metro de distancia, sobre las olas del mar... Yo, tímido hasta la muerte, por no variar, me quedé parado, mirándola... primero de lejos, y luego un poquito más de cerca... Me alegré de llevar puesta la camiseta, de Pink Floyd, unos bermudas que me sentaban bien, además de un libro bajo el brazo, "Los hechos del Rey Arturo", de John Steinbeck... y por supuesto, las gafas de sol... Yo iba caminando por el borde de la arena, con los pies metidos en el agua, por lo que ella sabía perfectamente que yo me estaba acercando... Y al pasar delante de ella, levantó la cabeza, y vi su cara... No hace falta que os diga más cosas, porque es justamente la foto del comienzo...



Al principio, no intercambiamos una sola palabra, tan solo una tímida sonrisa... Pero en ese momento no me atreví a decirle nada, y seguí mi camino, mientras interiormente me llamaba de todo ("imbécil, bobo, pasmarote, botarate... para una chica que realmente te llama la atención, y pierdes de esa manera la oportunidad..."), hasta que unos pasos más tarde, me decidí a dar la vuelta, arrodillarme a su lado (para que no la deslumbrase el sol) y cogerle la mano derecha, al mismo tiempo que le soltaba la frase de las frases (patentada): "Perdona... he tenido que volver, para comprobar que eras real..." El caso es que le hizo la gracia la frase, funcionó... Y me indicó que me sentase a su lado, sobre la arena, mirando el mar...


Aprovechando el relativo anonimato de las gafas de sol, su cuerpo ligeramente bronceado, sin una partícula visible de grasa, al menos, para mí, era perfecta... Y cosa curiosa, su voz acompañaba su aspecto: era de terciopelo, armoniosa... Y lo primero que me dijo fue... "Me llamo Michaela, ¿y tú?" No supe qué responder, me quedé literalmente en blanco... hasta que ella volvió a hablar... "Si te causa tanto efecto conocer mi nombre, Mr. Arthur... mejor no te doy un beso..." El resto, os lo podéis imaginar: tenía mucha experiencia con las mujeres... pero siempre como amigo fiel... Me puse bastante rojo... vale, muy, pero que muy, rojo (maldito semáforo de las emociones)... Ella se rió otra vez... Y yo me quedé, al menos esa mañana, con el mote de Mr. Arthur...



No estuvimos mucho tiempo juntos, ni tampoco hablamos demasiado, simplemente, nos quedamos un buen rato allí, sentados el uno al lado del otro, mirando el rielar del sol sobre el agua de la orilla... Serían las diez de la mañana, y algunos madrugadores y estaban ocupando sitio en la playa con sombrillas y tumbonas, cuando ella me invitó a dar un paseo, hasta la escollera, que quedada a unos tres kilómetros de distancia... En movimiento, Michaela era incluso más bella que sentada, porque se ponían en evidencia cada uno de los músculos de su cuerpo, y no pude (ni quise) evitar que me adelantara unos metros, para poder deleitarme con su hermoso culo... Por supuesto, ella se dio cuenta de mi maniobra, pues me dio un manotazo en la mano, al tiempo que me decía: "Vamos, perezoso... que ahora te toca a ti abrir la marcha..."



Silencio compartido, eso es lo único que se me ocurre para describir aquellas horas... Hablamos lo justo, sobre nuestros intereses vacacionales, algo de literatura, un poquito de cine, me mis estudios de Periodismo, pues aquél otoño yo empezaría la carrera, de su penúltimo curso en el Instituto... Yo suponía que su familia estaría cerca del Hotel Delfín, y que en aquél punto se terminaría nuestro paseo, y no se me ocurría ninguna manera de demorar el momento... Y en efecto, cuando ya podíamos ver de nuevo el hotel, me dijo: "¿Tienes un boli? Es para apuntar tu teléfono..." Afortunadamente, llevaba uno, para escribir algunas postales a los amigos, y una de ellas sirvió para apuntar todos mis datos...



Nos despedimos hasta la mañana siguiente, en el mismo lugar y hora, pues cada uno había quedado con su familia para pasar el día... Aquella jornada fue extraña, yo estaba muy nervioso, algo distante con la familia, y aunque me recorrí la playa entera una vez más, no pude verla... Y lo mismo sucedió a la mañana siguiente... No acudió a la cita, y estuve toda la mañana buscándola por la orilla del mar... aunque estaba convencido de que jamás volvería a verla...









Entreacto



Un par de semanas después, cuando ya estábamos de regreso en Madrid, recibo una postal de Michaela, la misma que le dejé para que escribiera mis señas... "Hola Mr. Arthur. Lamento haberte dejado plantado. Tuvimos que volver a casa, mi abuela había muerto. Te dejo mis señas por si quieres escribirme: Michaela N. (y una dirección de Viena). Besos."



Dejé pasar una semana, sobre todo por el orgullo herido, aunque desde el mismo momento en que recibí la postal, no hacía más que pensar en ella... En su ciudad, que conocía a través de libros, documentales, y sobre todo películas como "El tercer hombre"... En ella... porque curiosamente, mi obsesión era imaginarla vestida, y me preguntaba qué tal le quedarían unos vaqueros, una camiseta y unas bambas (bajo ellos, que se pusiera lo que prefiriera), pues realmente, el bikini negro dejaba poco lugar a la imaginación...

Dosificar, esa era la alternativa, lo único que podía hacer, pues aunque había sido una mañana muy interesante, ni siquiera la conocía lo bastante para hacerme una idea de mis sentimientos hacia ella... No hay que olvidar un detalle importante: yo era, y sigo siendo, un romántico incurable, enamorado del amor, pero que jamás había sido correspondido... Tal vez por eso, lo que podría no haber pasado de un intercambio de postales, terminó significando mucho más, para los dos.



Un par de veces al mes, intercambiábamos cartas, sobre nuestras vidas, las familias, la literatura (que siempre jugó un papel importante entre nosotros), el cine, los viajes... Era una sensación extraña, el esperar una carta especial en el buzón, el ansia, la curiosidad... Con la tercera carta, me mandó una foto suya... y dejó de obsesionarme el imaginarla vestida: llevaba un jersey de manga larga a rayas azul y blancas, una falda vaquera corta, y unas bambas blancas... ¡Qué hermosa estaba! Me costó mucho encontrar una foto mía equivalente, tanto que al final le pedí a mi padre que me hiciera unas cuantas, para poder escoger... Durante varios años, las dos fotos fueron compañeras en el tablón de corcho de mi cuarto... Mientras que seguíamos acumulando cartas, pero sin tener posibilidad alguna de vernos en persona... Nosotros dejamos de ir a Cullera al empeorar mi abuelo, y en cierto modo me acostumbré a pensar en Michaela como una amiga especial, un ser querido, pero que no volvería a cruzarse en mi vida...



¡Qué equivocado estaba!



Del aeropuerto al Prater.



Habían pasado cuatro años desde aquél primer y único encuentro, cuando una tarde de jueves, al coger el teléfono pensando que se trataba de una nueva cita para mi padre (tenía su consulta de medicina en casa), me llevo una enorme sorpresa al escuchar una voz, vagamente familiar, que me dice: "Buenas tardes, Mr. Arthur..." Al principio, no entendía demasiado bien lo que estaba pasando... pero luego, me acordé de ella, y sobre todo de un pequeño detalle: que le di mi teléfono en la primera postal... Era ella, Michaela, quien me llamaba en aquella ventosa tarde de jueves del mes de marzo: su familia se iba de viaje a Zambia la semana que viene, y por aquellas misteriosas correspondencias de vuelos, se quedarían casi cinco horas en Barajas. Nos veríamos, por lo tanto, en el punto de encuentro de Aeropuerto de Barajas, a las tres de la tarde...



No tengo muy claro lo que yo esperaba, porque durante todo aquél tiempo, mis sentimientos hacia Michaela se habían suavizado en gran medida, y la amistad se había fortalecido, otras fotos habían aparecido después de la primera, y a través de ellas, podía ver los cambios que se habían ido produciendo en su cuerpo y en su cara, la manera en que se había convertido en una auténtica preciosidad de mujer... Aunque de todas formas, ninguno de mis preparativos me sirvió de nada cuando, habiendo llegado al lugar de la cita con casi veinte minutos de adelanto, de repente noto que alguien se me acerca por detrás y me tapa los ojos con las manos, al mismo tiempo que una voz dulce pero con el toque justo de angostura me susurra en el oído: "¿Buscas a tu Ginebra, Mr. Arthur...? Quizás yo pueda ayudarte..."



Suavemente, retiro sus manos de mis ojos, me doy la vuelta muy despacio, y entonces la veo, por primera vez en tantísimo tiempo... Michaela... Yo tenía veintitrés años, ella era tres años menor, y por aquellos misterios de la evolución femenina, había crecido más de cinco centímetros, y su cara y su cuerpo habían perdido la molicie de la adolescencia... Por lo tanto, fue toda una hermosa mujer, igual de alta que yo, quien se erguía delante de mí, con su salacot beige, pantalones, camisa y chaleco a juego, y unas impresionantes botas de campo... De repente, era yo quien parecía inmaduro y poco sofisticado, vestido completamente de negro, con perilla y bigote estilo bohemio... y un enorme oso de peluche con pajarita bicolor, envuelto en papel de regalo... Sí, lo sé, no es demasiado recomendable regalar un osazo de peluche a alguien que viaja en avión... pero de todas formas, volvería a hacerlo, pues mi recompensa fue un abrazo y un beso con el que llevaba soñando durante tantos años...



Por si no me encontraba ya lo bastante desarmado por aquél abrazo y aquél beso, Michaela me hizo sentir algo incómodo al presentarme a las personas que habían presenciado nuestro encuentro desde una distancia prudente: su padre, su madre y su hermano mayor, cuyos nombres prefiero no citar aquí... El oso, que evidentemente fue bautizado como Mr. Arthur, se quedó con ellos, mientras que nosotros nos fuimos a merendar y a dar una vuelta por el aeropuerto... Teníamos hasta las siete de la tarde, para estar juntos... Y, lo mismo que en la playa, comenzamos a caminar, sin rumbo fijo, mas acercándonos al salón panorámico de la planta superior... Nos sentamos allí, al cabo de un rato de observar nuestro entorno, y volví a coger su mano... Parecía pequeña y suave al tacto, pero al mismo tiempo, llena de fuerza... Me gustaría poder decir que fueron unas horas de pasión entre las sábanas de un hotel, que descubrimos que no queríamos separarnos, y que planeamos una estratagema para que Michaela se quedase una temporada en Madrid... Pero, como es una historia real, no puedo mentiros...



Sí, estuvimos solos, o prácticamente, en aquél salón del aeropuerto, y más tarde en la cafetería, y terminamos paseando incluso cogidos de la mano por la terminal nacional... Sí, es cierto que nos besamos en tres ocasiones, pero dos de ellas fueron en las mejillas, y la tercera, uno de esos lánguidos besos en los labios, con la boca entreabierta lo justo para un fugaz encuentro de lenguas... Sí, ella estaba tremendamente atractiva incluso con aquella ropa de safari fotográfico... y yo, que seguía "compuesto y sin novia", me pregunté seriamente si no iba siendo la hora de dejarme de tonterías, ponerme a trabajar en serio, y ahorrar para ir a verla a Viena... Entre brumas guardo todos aquellos recuerdos, palabras, pensamientos y sentimientos... Durante aquellas horas, fui más feliz, a su lado, de lo que jamás había sido con nadie, ni siquiera la chica de Logroño que tanto me importaba...



A las siete menos cinco de la tarde, ya estábamos de nuevo en el punto de encuentro, donde la presencia del oso de peluche delataba la de su familia... Y Michaela soltó mi mano, para darme, en presencia de los suyos, otro tremendo abrazo, y otro beso, en los labios... Nos despedimos, estreché las manos de sus padres y su hermano, y les vi marcharse, de nuevo, hacia la zona reservada a los viajeros en tránsito... Me hubiera gustado irme tras ellos, no sé, llevarme otro beso de recuerdo, hacer algo, cualquier cosa... Pero me limité a quedarme allí, como un pasmarote, admirando una vez más su hermoso trasero... y como si ella pudiera darse cuenta de lo que estaba mirando, se volvió hacia mí unos momentos, con ese gesto universal de "te la vas a ganar...", que me hizo ponerme intensamente colorado... Y ella se puso a reír...



Dos años después, nuestra clase organizó un viaje de fin de carrera, aunque más bien nos unimos a uno de paso de ecuador que estaban preparando unos chavales de medicina... Lo menciono especialmente porque una de las etapas del viaje por Europa en autobús (diez días de agotamiento, excesos, pocas horas de sueño y demasiado desfase en general) era precisamente una estancia en Viena de varias horas, con visitas concertadas a lugares de interés... Sin embargo, para mí lo único importante era que podría escaparme del grupo, y pasar un tiempo con Michaela... Le avisé de mi llegada con un par de semanas de antelación, pues desde nuestro encuentro en Barajas nos habíamos intercambiado los móviles, y quedamos delante de la Catedral, porque ella trabajaba cerca, y el autobús nos iba a dejar también en los alrededores... Apenas se abrieron las puertas, me lancé al exterior y casi me trago un ciclista... Lo importante es que llegué sin novedad a la Catedral, y en diez minutos, ella estaba entre mis brazos...



Decir que estaba guapa sería una falsedad... Estaba espectacular, con su traje de chaqueta de raya diplomática, la blusa blanca y los zapatos de tacón... Una auténtica belleza de veintipocos años (era el año 1994), con aquellos ojos grises increíbles, la melena temporalmente recogida en una cola de caballo, esa sonrisa fresca, su piel tersa, sin una sola gota de maquillaje, salvo el brillo de labios con sabor a cerezas... Es posible que de alguna manera, yo me hubiese enamorado de ella durante aquellos años de cartearnos, que el conocernos lentamente hubiera tenido algo que ver, no lo sé... Y también es posible que a ella le hubiese pasado algo parecido... En fin... solo os diré que aquella vez, sí que hubo sábanas de hotel y ducha compartida... Y que me faltó poco para perder el autobús... Michaela insistió mucho en acompañarme, y nos dimos un último beso delante de todo el grupo, que generó una tempestad de silbidos, que desaparecieron rápidamente por la tristeza de mi mirada...



Pues algo me decía que aquello había sido un adiós...



Nunca he visto el Prater... ni Viena...



Un trabajo peligroso.



Año 2008. Han pasado muchos años, durante los cuales Michaela y yo hemos seguido manteniendo el contacto, y la amistad, y quizás algo más... También nos hemos visto en distintas ciudades de Europa, nunca olvidaré aquella Semana Santa en París, y en varias ocasiones también hemos quedado para comer o cenar en Madrid... Sí, es una relación extraña, a distancia, estamos bien solos, pero también estamos mejor juntos... No nos hemos planteado demasiado el cambiar las cosas, formar una familia por ejemplo, puesto que los trabajos que he ido consiguiendo tampoco me lo habrían permitido... Somos dos amigos con derecho a roce, que llevan más de veinte años saliendo, pero con el suficiente miedo al compromiso por las dos partes para no plantearnos nada serio, y al mismo tiempo, seguir con algunas relaciones complementarias, de carácter muy esporádico...



Pero claro, eso fue antes de que yo averiguase cual era la profesión de Michaela... Su trabajo ha sido siempre algo etéreo para mí, lo bastante bien pagado para permitirla viajar mucho (en una caja de zapatos tengo sus postales desde Berlín, Viena, Estambul, El Cairo, Amberes, Bucarest, Tai-Pei, Hong-Kong y mil sitios que no sé ni cómo se escriben), mantener un elevado nivel de vida, hablar con fluidez seis o siete idiomas (entre ellos, el Afrikaans y el Chino), poseer una vasta cultura general... Nunca suele dejar la cartera al alcance de la mano, durante las noches, casi siempre, de hotel, que pasamos juntos, y cuando yo llego a la habitación, todo está impoluto...



Pero aquella noche del 28 de octubre de 2008, cometió un error: estaba enferma aquella noche, y en vez de hacer el amor y luego irnos a cenar, prefirió un baño relajante, y que nos subieran la cena a la habitación... Me gusta cuando los dos estamos desnudos, porque de esa manera, se desvanecen casi todas las diferencias de clase o de estatus, es una de las ventajas de la piel... Michaela se quedó dormida en la bañera, estaba muy cansada...



Yo tenía ganas de fumar, pero me había quedado sin tabaco, así que decidí curiosear en su bolso, para ver si ella tenía un paquete de Camel Lights que solía usar en sus reuniones de negocios... Y lo encontré, con un par de cosas que siempre terminaban en la caja fuerte del hotel o de la habitación: su cartera, su pasaporte, y su agenda... Movido por la curiosidad, hojeo el pasaporte, y me doy cuenta de que no es su nombre el que figura en la página adecuada... Y lo mismo sucede con los demás documentos de su cartera: están a nombre de una tal Liliana Steinbeck, de Berlín... Y el de Aïcha Goldman, de Estambul... Y un tercero a nombre de Jaine Barnald, de París... Con las dificultades técnicas que se supone implica el conseguir un juego de documentos falso, empiezo a preguntarme si durante todos estos años no habré estado enamorado de un espejismo, y si todo en nuestra relación no será igual de falso que sus papeles...



Recordando de repente algunos de los destinos de sus postales, encuentro las correspondencias de casi todos ellos en los pasaportes... Es un batiburrillo de países africanos ricos en materias primas y diamantes, y de ciertas ciudades europeas y asiáticas donde, por lo que recuerdo, existen unos selectos grupos de talladores ilegales, y de organizaciones capaces de blanquear hasta los más horrendos diamantes de sangre... También encuentro unos juegos de tarjetas de visita, con los mismos nombres, según las cuales trabaja para De Beers, y otras cuatro o cinco grandes firmas exclusivas de marchantes de diamantes y de joyeros... Por eso, comprendo, se mueve tanto por el mundo... Por eso se tiene que ir, a menudo con muy poco tiempo de aviso, de un país a otro... Por eso su familia se empeñó en realizar aquél viaje a Zambia... Solo quedaban dos opciones: o bien trabajaba para una organización policial internacional, o bien hacía justamente lo contrario, y organizaba el tráfico y blanqueo de diamantes de sangre...



Cuando estaba a punto de meter la agenda en su bolso, me siento observado, y al darme la vuelta, apoyada en el quicio de la puerta, envuelta dentro del enorme y mullido albornoz blanco del hotel... En su cara veo una expresión triste... "No teníamos que habernos visto hoy, Mr. Arthur, lo sabía... Pero también, que necesitaba verte... La prueba, por primera vez en tantos años, he cometido un error estando contigo... Un grave error, que debería traerte importantes consecuencias... Has visto demasiado, sabes demasiado sobre mis rutas, tienes demasiadas pruebas... Voy a regresar al baño, necesito relajarme... Cuando salga, por favor, no quiero verte aquí..."



Se dio media vuelta, y sin cualquier explicación, sin una mirada, se metió en el baño...



Y desapareció de mi vida... Hasta la semana pasada...



Epílogo...



Aquella fue una noche horrenda para mí, eran demasiadas dudas, demasiados recuerdos, momentos de pasión, cartas y postales desde nuestra adolescencia, toda una pirámide de letras, pequeños regalos, que se derrumbaba sobre mí, y me asfixiaba... ¿Quién era ella realmente? ¿Aquella niña hermosa, que me volvió loco desde el primer momento? ¿Aquella adolescente, vestida de Safari, que me besó en el aeropuerto de Barajas? ¿La hermosa ejecutiva con quien hice el amor en Viena? ¿La mujer de negocios, cuyo rastro podía seguir por todo el mundo, a través de sus postales, aunque yo siempre le escribía a un apartado de correos de Viena? ¿A qué se dedicaba realmente?



Me pasé toda la noche caminando sin rumbo fijo, por las calles de Madrid, pensando, recordando, sintiendo, intentando dilucidar alguna verdad, la que fuera, entre tantas mentiras... Y luego me fui directamente al trabajo... Aquél fue mi refugio, y mi familia... Dejaron de llegar las postales... y los correos electrónicos... Las dos cartas que le mandé a Viena me fueron devueltas, indicando en el sobre que "el abonado ha cancelado el servicio"... Y lentamente, me fui olvidando de ella...

Hasta la semana pasada... Al efectuar la búsqueda, de repente, me encuentro con su foto, que me trae buenos y malos recuerdos... Pero la noticia que la acompaña, extraída de la Agencia Reuter, es la que me causa un mayor impacto...



"Extraño accidente en un safari. La ciudadana francesa Jamie Barnald ha desaparecido, mientras efectuaba un safari fotográfico por la reserva de Hluhluwe-Umfolozi (Sudáfrica). Estaban recorriendo la zona noroeste, cuando se ha producido un corrimiento de tierras, que ha sepultado completamente el jeep. La señorita Barnald actuaba de enlace entre varias agencias mundiales, para erradicar el fenómeno del tráfico de diamantes de sangre de Sierra Leona, y había participado en diversas operaciones encubiertas, contra algunas empresas en apariencia legales. El cadáver no ha podido ser recuperado, al haber terminado el jeep su andadura dentro de un lago en el cual abundan los cocodrilos."



Al final, resulta que trabaja para los buenos... Por lo que todo, desde el accidente hasta la divulgación de sus actividades encubiertas, lo mismo que su silencio, puede que responda a otro objetivo, completamente distinto del que yo imaginaba...



¿Que cómo sé todo esto?



Porque hoy he recibido una postal desde París... Con su letra...



"Mr. Arthur... Tres de junio, haciendo el oso, 20:00."

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